miércoles, octubre 30, 2019

De la servidumbre voluntaria.

El nacionalismo es bueno, para mí. Es como la resolución de la tarea particular del individuo en la sociedad: cada uno hace lo suyo y el todo anda correctamente. Lo que pasa es que esa idea se ha ido atacando por siglos con la demagogia y la hipocresía. Hay personas que prefieren la igualdad a la justicia y cuando se acumulan muchos en una sociedad son capaces de lograr cambios trascendentales con el método democrático "un hombre un voto" que yo considero una aberración. Igualar el voto de un intelectual de altura o de un empresario que crea cientos de puestos de trabajo al de un gamberro que se pasa la mañana jugando dominó en la esquina, la tarde tratando de buscarse ilegalmente el sustento y por la noche bailando, no creo que sea una buena idea.
Hoy día se pueden comparar todas las monarquías que hay en el mundo con las democracias, tanto del mundo desarrollado como de las repúblicas bananeras y se nota una superioridad evidente.
En las ciencias sociales sucede lo mismo que en las médicas: el error de "los universales", término utilizado por Alexis Carrell en su libro La Incógnita del Hombre. En Sociología, como en Medicina se analiza un ser abstracto único, ideal, constante y se le aplican las curas esperando un mismo resultado. Entonces se culpa del fracaso a la ciencia.
Hay derechos rechazados por pueblos, que despiertan compasión; hay otros que despiertan desprecio. El mejor símil de un pueblo sin decoro, sin autoestima, conformista, es el de una mujer abusada: defiende y apoya al abusador.
La única medicina que cura esto en los pueblos es el nacionalismo, pero el nacionalismo sano, no el que sugiere al ciudadano que es el más bonito, el más simpático, el que se ríe de sus desgracias, el que tolera las sinvergüenzuras de sus gobernantes.
Los pueblos subdesarrollados necesitan un nacionalismo que enseñe al individuo que la única vía legal y ética de aceptar dinero es la del trabajo. La cultura tiene que ser más que algo más que bailar.

domingo, octubre 27, 2019

Cuba; isla o continente?

Artículo aparecido en Revista de España de julio de 1871, número 21, página 195.


Descubierta la isla de Cuba, he aquí todos los nombres con que fue sucesivamente bautizada. Alfa y Omega o sea, principio y fin, según Pedro Mártir Angleria; Juana, Fernandina, de Santiago, San Salvador e Isla del Ave María, según Arrate en su libro Llave del Nuevo Mundo; nombrándose hoy al fin como entre los indígenas. Cubanacán es el sustantivo por el cual según Valdés, libro I, denotaban los indios el centro de la isla y nacán en lengua india, según Irving, significaba “lo mejor.” Y en efecto, lo más notable de su parte física se encuentra en su parte central y oriental, que era donde daban este vocablo, aunque en el presente sea lo más desierto de toda ella.
Pero el primer nombre no pudo dárselo Colón como principio y fin del Asia, cual aseguran algunos. Colón, en su primer viaje tuvo a Cuba por isla, puesto que decía a los reyes católicos “que era tan grande que llegó a creerla tierra firme, pero que entendía harto de los indios que traía continuamente esta tierra, que era isla y que le quedaban dos provincias para llegar al fin de la isla.”
Solo en su segundo viaje (1494), después de haber recorrido su costa Sur, la creyó tierra firme, aunque con haber andado tal vez un día más, no hubiera muerto en tal error. No pasó pues, entonces por el cabo de Maisí, porque desde Manzanillo hizo rumbo a Jamaica. En su tercer viaje ya no tocó en Cuba y en el cuarto tampoco pasó por Maisí y por lo tanto no puedo nombrarlo Alfa y Omega, nombre atribuido tanto a este cabo como a la provincia de Baitiquirí y a toda la isla, allá en los primeros tiempos de los descubrimientos.
Respecto a su influencia política por esta propia situación con relación a la nacionalidad a que siempre ha pertenecido ya he ponderado su importancia en la introducción de estos estudios. Territorio dominante sobre el gran golfo mejicano, él forma además entre sus costas y las inmediatas del vecino continente, las forzosas gargantas que surcan los buques de los dos mundos que a ella confluyen, y es para España como la sombra al cuerpo, si ha de tener la vida de los grandes pueblos: la navegación y el comercio. Punto convergente de las nuevas líneas de vapores y de los telégrafos que la ponen al habla de todos los pueblos de la tierra, ella ofrece a España la llave mejor de aquellos mares y en sus costas un imperio moral que no podría ser suplido con nada, ni aun con Portugal mismo, según lo creen así políticos de pasiones y de partido, pero no patricios de concepciones altas como hombres de Estado. Si España llegara a perder un día las Antillas o las Filipinas, España descendería de la altura del gran rango a que está llamada por su situación y la grandiosa y especial de estas provincias lejanas. La Península española es un gran cuerpo, pero Cuba, Puerto Rico y Filipinas son sus alas. Con las Baleares se cierne sobre el Mediterráneo: desde Canarias vela por las costas africanas; pero quitadle a Cuba y a Filipinas y no tendrá ya las grandes alas de sus dos armadas que hoy sostienen su dignidad y su vida y que mañana podrán acrecer su poderío y su riqueza, si entra en las grandes vías de su regeneración pública.