domingo, julio 22, 2018

To be Raúl or not to be Miguel.




En el blog nombrado postcuba, el intelectual revolucionario Marco Velázquez Cristo critica a los que el flamante presidente ha criticado; intelectuales revolucionarios pero no tan revolucionarios: no lo suficiente como para la ortodoxia fidelista.
Allí defiende el tío la idoneidad de una frase muy conocida del Bardo del Avon en su drama Hamlet. Yo dejo a los especialistas cubiches la puja existencialista de la adecuación de esas palabras al tema de los apóstatas. Lo cierto es que el fantasma de la perestroika recorre los pasillos de los palacios del poder en Cuba. 
A continuación intercalo un comentario que le hice: 
Compadre; qué clase de sociedad tan aburrida sería la que usted propone! De las variadas contradicciones en que usted cae, la principal es aquello de que ustedes han sido generosos en la victoria. Usted acusa de traidores a los de su misma clase revolucionaria sólo porque no lo son suficientemente; vaya generosidad! En las posiciones ideológicas siempre hay matices; usted nunca va a encontrar esa pureza que propugna. Esa pléyade de intelectuales que usted acusa de contrarrevolucionarios no pueden estar minando las bases de la revolución porque fuera de esas bases no sabrían vivir; lo único que han hecho por décadas es tocar la flauta para que el populacho entre por el carril y se mantenga; son los verdaderos pastores del pueblo cubano. No me venga con el cuento de que desean desarmar el muñeco que ha creado con tanto esfuerzo el hábil trapero durante sesenta años. Y eso sin hablar de la rudeza con que han tratado siempre al que no profesa su ideología. Yo siempre he sido irrevolucionario porque aún siendo un jovencito no pude entender la ofensiva revolucionaria apropiándose del fruto del trabajo de un hombre tras generaciones de sudor; ni por qué había que desarraigar una familia de su hábitat por la sola razón de haber quedado dentro de una zona en conflicto; ni la razón por la que arrastrar y apalear a un ciudadano por querer abandonar este país. Siempre hubo revolucionarios como usted porque hay un pueblo como el cubano, que vive feliz en cadenas. Mi lucha siempre ha sido defender el derecho del pueblo cubano al progreso. Si la democracia lleva al progreso, el progreso tiene que llevar a la democracia. Punto. Por eso llevan ustedes tanto tiempo contribuyendo al oprobio, porque los inconformes de adentro se convierten en los odiosos de afuera y así se cierra el maldito círculo vicioso. Si todo el esfuerzo del exilio, de los enemigos históricos y de todo el mundo se encauzara en llevar progreso y prosperidad al suelo cubano, nadie iba a recordar la puñetera revolución en algunos años. Pero para lograr eso hay que romper un prejuicio y eso no es fácil. Hay que romper el bloqueo americano, suspender la prohibición de viajes desde Usa, eliminar la batalla ideológica contra los comunistas cubanos: despolitizar a Cuba. Hemos sido un pueblo bailón, cantaor, pelotero, chambelonero, hablador: fuera la politiquería! Nunca fuimos un pueblo espartano sino en la imaginería de nuestros exaltados patrioteros.

sábado, julio 21, 2018

Esta es otra historia.



No hay dudas de que el patrioterismo vano del cubano viene del sentido del honor español.
Hay otra historia en los anales de la guerra escritos por los españoles en los diarios de ambas, la península y la isla, muy documentada. 
Sin embargo la mayoría de los cubanos prefieren las historias al puro estilo Elpidio Valdés, donde los gaitos son cobardes, estúpidos y cándidos.
Esta es otra historia de la batalla de Peralejo, contada por un testigo ocular.

“Ejército de operaciones de Cuba.- E.M.G.
Excmo. Señor:

El día 5 salí de la Habana para ver de cerca las jurisdicciones de Remedios y Sancti Spiritus, donde existen las partidas de las Villas y Ciego de Avila; enterado de todo por el general D. Agustín Luque, de cuyo celo, actividad e inteligencia estoy sumamente satisfecho, dispuse que enseguida volviese a Manzanillo el segundo batallón de Isabel la Católica que, con dos de la primera división había reforzado las Villas, dejando estos dos allí por ahora; aunque estando pronto a volver a Cuba el de la Unión, segundo provisional y de la colocación que consideraba debida a los cuatro batallones que acababan de llegar de la Península (Andalucía, Extremadura, Borbón y Zamora), formando dos líneas, la avanzada en el Jatibonico para operar hacia la antigua Trocha, y la segunda en Placetas, Guaracabuya, Baez y Fomento; estas fuerzas, con el tercero de Alfonso XIII y el de Bara, sexto peninsular, más la caballería y guerrillas, tenían por primera misión perseguir las partidas y formar las dos líneas indicadas, por si Máximo Gómez conseguía pasar la línea de Júcaro a Morón perseguirle y evitar que levantase Las Villas.

El día 8 embarqué en Tunas de Zaza y recorrí Morón, Ciego de Avila y Júcaro, previniendo las obras que para defensa de Ciego de Avila debían hacerse y la construcción de un barracón para depósito y desembarco en el Júcaro, como asimismo la construcción del ramal del Júcaro a Punta Barra y el muelle de este punto (estas dos últimas aprobadas de Real orden).

El día 10 fui a Santa Cruz, adonde destinaba el batallón de América, pero como las condiciones de este punto son malísimas, tanto respecto a salubridad, azotado duramente por el vómito y las calenturas, y además el barracón enfermería y cuartel estaba en ruinas e infestado, dispuse que se alquilase una casa nueva para hospital y destacamento, por ser la única regularmente situada en aquel puerto de infección, y previne que el batallón fuera a acampar a Santa Cecilia, construyéndose barracones de guano para su alojamiento y de tabla para enfermería, arreglando el camino que une a Santa Cruz con Santa Cecilia.

Seguí a Manzanillo, donde llegué el indicado día 10 a las 10 de la noche; llevaba el propósito de ir a Bayamo, punto en el que, según las noticias de los periódicos y la voz general, había grandes deficiencias; comuniqué mi pensamiento al general D. José Lachambre, quien me dijo que acababa de recibir noticias de que Antonio Maceo con unos tres mil hombres, más todas las partidas de la jurisdicción, estaba en el Corojo, tres leguas distantes de Bayamo.

Como generalmente a Maceo le suponen en todas partes, yo no creí la noticia y e insistí en ir, por más que el general Lachambre me suplicó que no fuese, negándome a que me acompañara. Tengo que consignar que este general pasó orden al malogrado general Santocildes, que estaba en el camino de Veguitas, para que me esperase y además hizo que una columna que había enviado a buscar por mar a Campechuela, se me incorporase en Veguitas.

En este punto se me confirmó la noticia de la presencia de Maceo; yo reunía mil quinientos veintitrés hombres y no se suponía que Maceo tuviera más del doble, y no le creía bien municionado; confieso paladinamente que dudé un tanto porque, no habiendo vuelto el general Ordóñez de Holguín, no había más fuerzas disponibles en este distrito, pero no me pareció oportuno retroceder, hubiera perdido la fuerza moral con este valiente ejército, al que tanto exijo y habría sido un golpe fatal.

Maceo, desde que supo mi arribo a Manzanillo, noticia que recibió de seguro antes de salir yo de aquella ciudad, tomó sus precauciones y empezó a reunir no sólo todas sus fuerzas, que las tenía próximas para imposición de jefe a esta zona, sino los paisanos también; y como han recibido un fuerte convoy, desembarcado en la Herradura, Holguín, desistió de su proyecto de retrasar combates y organizó sus fuerzas y se dispuso a impedirme el paso y rodearme merced al terreno y su superioridad numérica.

A las 5 de la mañana salí de Veguitas y se hizo la marcha con lentitud por no estar muy bueno el camino; acabado de pasar el Buey por Barrancas, se presentaron por el flanco izquierdo algunos grupos, que se reconocieron y no hostilizaron; ya allí tuvimos alguna vaga noticia de que el enemigo estaba cerca; como el camino de Jucaibama, aunque más corto, estaba en muy mal estado, decidió el general Santocildes, que llevaba el mando, marchar por el camino de los Magüey, dejando a nuestra izquierda el de Jucaibama; dos kilómetros antes de la bifurcación del indicado camino y el de Peralejo, la vanguardia, mandada por el teniente coronel D. José Vaquero, encontró al enemigo, rompiéndose el fuego con vivacidad y a la media hora, esto es, a las doce y media, se generalizó por todos lados, siendo envuelta la columna y atacada vivamente la retaguardia mandada por el teniente coronel don Federico Escario y la extrema retaguardia por el comandante D. Félix Díaz Andino; la situación era muy mala; estábamos entre dos cercas de potreros, cercas de alambre con puntas, completamente al descubierto y teniendo por los flancos y el frente monte bajo, en que podían ocultarse y desde donde hacían fuego con ventaja; avanzábamos lentamente en correcta formación, análoga a la del cuadro, ocupando un kilómetro aproximadamente de extensión y con los fuegos cruzados, sin haber punto inmune.

El teniente coronel D. Francisco San Martín, que iba a la derecha, hizo un avance en aquella dirección, llegando a la altura de la vanguardia; a las tres horas de combate cayó muerto de tres balazos mortales por necesidad el inteligente y bravísimo general Santocildes; entonces tomé el mando directo y habiendo sido herido gravemente el teniente coronel Vaquero, dispuse que tomara el mando de la vanguardia el de igual clase San Martín y de la retaguardia D. Federico Escario, continuando el fuego por espacio de una hora con igual fuerza; entonces previne un avance y al frente de la sección exploradora de Isabel la Católica y primera y tercera compañía del expresado Cuerpo cargaron el coronel teniente coronel de Estado Mayor D. Máximo Ramos y mis dos ayudantes capitán Primo de Rivera y teniente marqués del Baztán; se puso en fuga al enemigo por aquella parte, matando algunos de arma blanca y el fuego vivo de los flancos dio un breve descanso, y como la retaguardia estaba a la altura del camino de los Magüeys, invertí el orden de formación, tomando esta la vanguardia; la que era vanguardia quedó de flanco derecho y de retaguardia; como se tenía que pasar el arroyo Babatuaba de uno en uno y las acémilas y heridos eran muchos, volvió a generalizarse el combate, intentando ellos con numerosa caballería estorbar el paso por el flanco izquierdo, pues no habían apostado fuerza en el arroyo y quedaron sorprendidos con mi movimiento; pasado el arroyo, a las cinco ya sólo grupos de caballería hostilizaban la retaguardia y llegué a Bayamo a las nueve de la noche, donde era grande la alarma, pues se había tenido noticia del combate y muerte de Santocildes.

Al día siguiente de mi llegada se enterró al general Santocildes y siete cadáveres más que se trajo la columna, no habiéndose podido traer los restantes por falta de medios de transporte, pues se perdieron cuarenta caballos y acémilas; los ochenta y nueve heridos se habían instalado la noche antes en hospitales provisionales.

Pensaba detenerme un solo día en Bayamo, pero las dos jornadas tan penosas por lo largas y el agua y el fango del camino, y sobre todo la del último día con el combate de cinco horas, no me aconsejaba moverme; también tuve conocimiento de que José Maceo había llegado a Cuba con mil quinientos hombres y se debía incorporar a su hermano y que todo el paisanaje útil de Bayamo, Jiguaní y Baire se reconcentraban por orden de Maceo con objeto de ayudarle; es decir, que me encontraba frente a unos seis mil hombres armados.

Decidí quedarme y enviar mensajeros para que de Holguín y Cuba salgan dos brigadas de más de mil quinientos hombres, para operar combinadamente y procurar deshacer este gran núcleo.

Las bajas que tuve en el expresado combate han sido el general Santocildes y tres oficiales muertos; el teniente coronel Vaquero y tres oficiales más heridos, veintiuno de tropa muertos y ochenta y nueve heridos.

Réstame tan sólo a V.E. que he quedado altamente complacido del comportamiento de las fuerzas todas, y muy especialmente de los que pude observar, como los tenientes coroneles Vaquero, San Martín y Escario; comandante Andino; del médico de Isabel la Católica D. Marcial Martínez Capdevila, que con el del cuartel general D. Eduardo Semprún, que tuvo el caballo muerto de dos heridas montándolo a mi lado, curaron los heridos con serenidad; de mi cuartel general que estuvo constantemente a caballo yendo a llevar órdenes desde el principio del combate y los primeros tenientes de Isabel la Católica don Alfonso Sánchez Osorio y D. Hilarión Martínez Santos; capitán D. Francisco Barbón Fernández, y primeros tenientes D. Pedro Carratalá Mantilla y D. Francisco Sánchez Ortega; y del batallón de Baza el capitán D. Luis Robles Guardabrazo; primer teniente D. Carlos Tuero y O’Donell, y segundo teniente D. Ricardo Boria Linares, y el capitán de la guerrilla montada teniente coronel capitán retirado D. Enrique Travesi y capitán de la guerrilla de Guisa exteniente coronel D. Salvador Benítez.

Lo que tengo el honor de manifestar a V.E. para su debido conocimiento, no expresando las bajas del enemigo porque los datos son muy contradictorios. Dios guarde a V.E. muchos años.

Bayamo, julio 16 de 1895.- Excmo. Sr. Arsenio Martínez de Campos.- Excmo. Sr. Ministro de la Guerra.”


El capitán general de la isla de Cuba el 24 de julio pasado dijo a este ministerio lo siguiente:
“Ejército de operaciones de Cuba.- E.M.G.- Excmo. Señor: Como continuación a mi parte del 16 del actual debo manifestar a V.E. que el general Valdés acudió presuroso a Bayamo con una columna inferior a la indicada por mí por no demorar su marcha en la concentración de las fuerzas que debían seguirle, y a las cuales di orden de que no siguieran ya su marcha, sino que por el contrario, volvieran a Holguín y Tunas con objeto de proteger dichos puntos.
Expliqué a V.E. la situación en que creía encontrarme; estaba equivocado: el enemigo, aunque hacía circular multitud de baladronadas y proyectos que sólo tenían por objeto despistarme tanto más cuanto que eran verosímiles, había quedado tan quebrantado en Peralejo donde tuvo cerca de cuatrocientas bajas y había perdido no sólo la ilusión de quedarse con la columna en aquel mal paso sino que también se habían aterrado del valor del soldado y de mi movimiento primero de avance y luego de flanco, reduciendo el combate a un solo frente, que los “pacíficos” se volvieron a sus bohíos, y convencidos después de que mis bajas no llegaban a ciento veinte, las partidas de este distrito volvieron descorazonadas a sus guaridas habituales, y las de Guantánamo y parte de las de Cuba y Holguín, medio sublevadas, no quisieron continuar aquí; lo que sí hicieron fue establecer en todos los caminos que conducen a Bayamo partidas que hacían llegar a aquella población las noticias exageradas que les convenía, manteniéndome en la incertidumbre que es natural y propalando al exterior todas las especies alarmantes que su imaginación y conveniencia les sugería. Maceo los tachaba de cobardes y ellos acusaban a su vez a este de que los había llevado al matadero. La división y el desconcierto no pueden ser mayores, y si los pertinaces chubascos de la estación no dificultaran las marchas, hubiese operado con las fuerzas reunidas en este distrito.
Todas estas noticias las he ignorado y estaba muy lejos de presumirlas; antes por el contrario, creía que el combate no me había sido favorable más que en el hecho de haber  logrado avanzar sin haber perdido un palmo de terreno, y sin haber retrocedido ante un enemigo tan superior en número y en terreno en que se me había preparado una celada.
La recepción que me ha hecho el pueblo de Manzanillo, tan frío e indiferente de ordinario, el entusiasmo, no sólo de la columna mía, sino el de todas las venidas de fuera, me ha indemnizado de las preocupaciones de estos días, y finalmente el convencimiento que tengo de que he evitado una catástrofe, pues el plan de Maceo lo he conocido ya por completo, y aseguro a V.E. que todo parecía contribuir a que con éxito lo realizara. Consistía en caer sobre el convoy escoltado por doscientos ochenta hombres que estaba en marcha de Cauto a Bayamo conduciendo veinte mil raciones e igual número de cartuchos, empresa facilísima para tan numerosas partidas; marchar al siguiente día contra Bayamo rodeando los dos llamados fuertes con su escaso número de guarnición, y bajar a Manzanillo, donde suponía que no había más cuatrocientos hombres,  porque ignoraba la llegada del batallón de Isabel la Católica, y mientras tanto bloquear Jiguaní, Baire, Guisa y las Ventas. La noticia de mi llegada a Manzanillo y de mi propósito de ir a Bayamo, les hizo pensar en que yo era mejor presa, y que después de muerto yo, podrían realizar su proyecto.
El general García Navarro vino a Manzanillo desde Cuba con los batallones de Cuba y el de Valladolid; el coronel Aldaye desde Ciego de Avila con el segundo batallón de Alfonso XIII, dos compañías de Tarragona, dos escuadrones y cuatro compañías de Andalucía que recogió en Santa Cruz.
De estas fuerzas tomó el mando el general Lachambre y salió para Bayamo tomando el camino que yo había seguido; pero como yo volvía por el de Jucaibama no nos encontramos, retrocediendo tan pronto como supo mi salida para Manzanillo. El general Valdés, que vino de Holguín con dos batallones de la Habana, me acompañó hasta Veguitas, donde se halla detenido hoy para proveerse de calzado y mañana vuelve a Holguín.
La columna de Manzanillo vuelve a Bayamo y Cauto para racionar Bayamo y todos los destacamentos de la jurisdicción con el convoy fluvial que sale el 26 de Manzanillo.
Si pudiera operar, desde luego la ventaja sería mayor, pero necesito por lo menos veinte días para racionar, y aunque ahora llueve mucho, son chubascos diarios que duran poco y a pesar de que inutilizan los caminos pueden considerarse como lloviznas, comparados con los grandes temporales de mediados de Agosto hasta fines de Septiembre en que casi no se pueden pasar los arroyos y mucho menos los ríos.
Réstame tan sólo manifestar a V.E. que, aunque acostumbrado a verlo, la resignación del soldado, su disciplina y su moral, excede a toda ponderación.
Es conmovedor verlos caminar cuatro jornadas con barro hasta el tobillo, sin calzado, que se queda clavado o deshecho en el camino, la tercera parte del tiempo con agua hasta la rodilla, y en los pasos de arroyos y ríos por encima de la cintura, y flaqueando penosamente por los bosques; no creo que en ejército alguno existan tales virtudes; podrá ser mayor su instrucción, superior su espíritu militar, pero soldado como el nuestro, que a veces pasa cuatro días comiendo carne sin sal y bebiendo barro por agua, no lo hay en ninguna nación, y al poner de manifiesto a V.E. esas virtudes, creo llenar un deber de reconocimiento y admiración a ese soldado, y a V.E. como jefe superior del ejército proporcionarle una gran satisfacción.
Dios guarde a V.E. muchos años.- Manzanillo 24 de julio de 1895.- Excmo. Sr. Arsenio Martínez de Campos.- Excmo. Sr. Ministro de la Guerra.”   

viernes, julio 20, 2018

¿Hay patriotismo sin Constitución?


De las naciones bárbaras que se levantaron de las cenizas del imperio romano, dicen que la que menos atesoró de la original fueron los visigodos. Fuero Juzgo es un código de leyes visigodas que nuestra amadísima España hizo suyo y todavía utiliza en gran parte. Hay quien piensa que Eurico fue el primer legislador godo, pero este rey lo único que hizo fue escribirlo. Entre los godos se acostumbraba a gobernar por usos y costumbres y estas leyes se hacían tanto por los príncipes como por las naciones en concilio. Desde que se escribió este código, gracias al Cristianismo que está históricamente ligado a la escritura, ha trascendido su observancia, usos y autoridad no sólo en España sino fuera de ella, bajo dominación goda, después de la ruina de la monarquía, durante la dominación árabe y restauración de la monarquía.
Ahora los cubanos están mansamente esperando a que el gran legislador les repare la constitución: un constitucionalista que no tiene título ni de bachiller. Yo creo que de las naciones bárbaras que se separaron de España, la que menos atesoró su amplia cultura es Cuba, como tampoco aprovechó la rica cosecha intelectual de la Cuba republicana. Si no era suficiente que le convoyaran al pueblo un vice presidente que al triunfo de la revolución era un tosco labriego casi analfabeto, ahora le imponen un Teodorico que nunca ha impartido una conferencia sobre esa materia.
Señores ideólogos: una constitución no se reforma como se manda un cuartel.
Una constitución es un organismo vivo, no ideológico, para proteger a todos, no sólo a los revolucionarios.
Si Ferrara le espetó al comunista manzanillero, Zapatero, a tus zapatos; hoy diría, General, a tu cuartel.
Estamos a las puertas de un nuevo record de mansedumbre del pueblo cubano que dejará con la boca abierta a todo el mundo, a amigos y enemigos, por comparación con Venezuela y Nicaragua.
Nicaragua se desbordó con una medida neoliberal contra los viejos, del fidelista Ortega.
Venezuela no fue capaz de alterar su constitución al mejor estilo fidelista ni de desarrollar un sistema científico de distribución de la escasez: Oficodas, Cederres, Acopios, Ofensivas Revolucionarias, Intervenciones. Por eso hoy comen del basurero.

La misma red de bodegas, carnicerías y almacenes que funcionaban para la libre empresa en la Cuba republicana, hoy decrépita, sigue distribuyendo la misma miseria del mismo modo. Y para mejorar esto pronto tendremos nueva Constitución.


jueves, julio 19, 2018

No me defiendas, compadre.

No hubo propuesta de autonomía que hiciera una metrópoli a colonia alguna como la de España a Cuba.
La nación precede a las constituciones y después viene la patria. No hay patria si no hay instituciones y el que las desprecia es un cínico. El pueblo cubano es cínico en cuanto ha despreciado la institucionalidad de la hispanidad y la de la república y ha aceptado la imposición de la institucionalidad fidelista que es un legajo de preceptos ideológicos obsoletos y en abstracto, implantados en un sujeto cuya democracia no pudo pasar de la categoría de café con leche y pan con mantequilla.
La revolución fidelista fue un experimento abortivo que no debía haber durado tanto. La irrupción de Fidel en la historia de Cuba se puede explicar por esa vanidad innata en el cubano que es heredera del sentido del honor hispano, pero no se puede entender la permanencia del fidelismo sin Fidel. Eso sólo puede explicarse por el nuevo concepto de patriotismo constitucional proveniente de la escuela de Frankfurt, donde la patria es lo que expresa la constitución que el propio gobierno impuso al cubano: el patriotismo que promete amistad eterna a otro país situado en la otra cara de la tierra.
La constitución que viene no va a honrar mejor al ciudadano; para eso está ahí la del cuarenta: la están afinando para lograr mejor sus objetivos.
En los primeros días de marzo de 1898 la Junta Autonomista manda desde la Habana a Herminio Leyva y Aguilera a entrevistarse con Bartolomé Masó para matar el movimiento que había iniciado el 24 de Febrero en Manzanillo.
“Manzanillo 12 de marzo de 1895.- Señor Don Bartolomé Masó.- Muy señor mío. Ya sabrá usted el resultado de mi viaje a Santiago de Cuba, negativo en absoluto, pues no sólo se resistió el señor comandante general a conceder un minuto siquiera de plazo, sino que dio sus órdenes delante de mí para que se emprendiera la persecución de usted con toda actividad.
En estas circunstancias y antes de retirarme a Manzanillo, quiero hacer el último esfuerzo, para evitar que se derrame inútilmente la sangre de hermanos cuya cantidad, sea cual fuere, está todavía en tiempo de evitarla, porque de lo contrario caerá gota a gota sobre su nombre, manchándolo ante la historia.
El verdadero patriotismo, señor Masó, es como la valentía; grande, sublime, pero por lo mismo de su grandeza, no hay que confundir ambas cosas con la temeridad, porque en ese caso se empequeñecen hasta arrastrarlas por el suelo.
Es usted hombre de talento y de corazón, me consta aunque no he tenido el gusto de tratarlo; a esas dos cualidades de su carácter apelo para que reflexione y las use en estos momentos críticos en favor siquiera sea de ese número crecido de cubanos inexpertos que ha lanzado usted al campo de la insurrección, con idea patriótica, eso es indudable para mí, pero bajo un concepto completamente equivocado, cuyas madres maldecirán mañana el nombre de usted cuando se despeje esta situación y se vea claro en el asunto, si usted insiste en llevarlos a un sacrificio inútil; porque la campaña emprendida por usted tras de ser injustificada a todas luces, hoy por hoy tiene que ser estéril y contraproducente por añadidura para la felicidad de nuestro país.       
Vea usted si no, y se lo repito después de nuestra conferencia en “La Odiosa”, cómo no le secundan las otras provincias cubanas; lejos de eso, combatirán a Oriente. Vuelvo a decirle, porque el país ha comprendido que la felicidad de Cuba no se ha de conquistar por medio de la guerra, siendo así que la guerra será nuestro suicidio y no hay país en el mundo civilizado que se suicide conscientemente.
Aparte de esto, recapacite usted y vea que España tiene medios sobrados para acabar con el movimiento armado en poco tiempo: de Puerto Rico vienen tropas, de la Península han salido ya ocho batallones y vendrán todos los que crean necesarios.
La insurrección en cambio no tiene material de guerra, ni lo espere usted del extranjero; yo se lo aseguro.
Por otro lado, la mitad al menos de la gente que tiene usted alzada sin armas, volverá a las poblaciones tan pronto como se vea perseguida por las tropas del gobierno.
Sanguily (don Julio) preso en la Cabaña; Juan Gualberto Gómez presentado; Yero en Santo Domingo; Guillermón enfermo, echando sangre por la boca y acorralado en los montes de Guantánamo; Urbano Sánchez Hechevarría y dos hermanos en México.
¿Qué esperanza le queda a usted rodeado de esa situación?
Ha llegado en mi sentir el momento de probar al mundo entero que es usted un verdadero patriota, deponiendo las armas, acto que lejos de ser denigrante para usted en política, elevará su nombre en estos momentos a la altura que yo deseo verlo colocado eternamente.
Al dirigir a usted esta carta cumplo con un deber de patriotismo, quedando mi conciencia tranquila al retirarme a la Habana, después de los esfuerzos que he realizado para contener la guerra, aunque traspasada mi alma de dolor, pues además de ser cubano, soy hijo de esta región, apartada hoy del resto del país por un acto de rebelión tan injustificado como inútil.
Reciba usted las consideraciones del afecto que le profesa su paisano.
Herminio C. Leyva.”


miércoles, julio 18, 2018

La Tarea Inútil de Escario.




Yo, Federico Escario García, de cuarenta y tres años de edad, en el empleo desde el veintiocho de marzo de mil ochocientos noventa y cuatro, Coronel Jefe de media brigada, Primera Brigada, División de Manzanillo; General de Brigada en el Consejo de Defensa de Santiago de Cuba, constituido el 15 de julio de 1898 para considerar la capitulación y en la capitulación firmada el 16 de julio de 1898, por la parte española junto al Teniente Coronel Ventura Fontán y por la parte americana el Mayor General Joseph Wheeler, Mayor General W. H. Lawton y Teniente Primero J. D. Miley en la misma ciudad, sumo a la amargura de la derrota, la decepción de comprobar la inutilidad de tanto esfuerzo por la integridad de la patria en una tierra en que sus hijos rechazan la hispanidad por herencia, sus bienes de abolengo, si bien es cierto que España, más que madre, ha sido para ellos madrastra.
He visto al león exhausto, hambriento, enfermo, caer de rodillas ante el ataque de la jauría. He escuchado los relatos de sobrevivientes del buque Mercedes, hundido inútilmente en la parte estrecha del canal de la bahía, acerca del ataque insurgente en los españoles que llegaban a la orilla, desarmados, casi desnudos, heridos, enfermos. He presenciado un ejército sin comida, ni agua, ni suficiente pertrecho, totalmente desatendido por una población cuyas propiedades abandonaba para que aquel las defendiera. Si solamente quinientos veinte hombres habían estado resistiendo por diez horas a las fuerzas invasoras en El Caney, con toda clase de privaciones y con una población civil extra de veinte mil refugiados, muchos de ellos chaqueteros que eran voluntarios y que llegaron de Santiago el día 5 tras el anuncio del bombardeo, ¡qué no habríamos podido hacer de haber llegado a tiempo; Oh, Dios, no permitas que mi patria pierda cuatro siglos de grandeza!
Recibí órdenes precisas de la Habana, por telégrafo, de salir inmediatamente de Manzanillo para Santiago de Cuba, sin distracciones en el camino para llegar antes del 1º de julio de 1898 y ayudar en su defensa.
No llegué a Santiago sino la tarde del 3 de julio, gracias a tácticas dilatorias, hostilidad y encuentros diarios con insurgentes cubanos, notablemente los del general cubano Pancho Estrada, que tendieron emboscadas a lo largo de cincuenta y dos leguas de marcha forzada y mataron o hirieron a noventa y siete de mis hombres.
Salí de Manzanillo el 22 de junio a las 5 de la tarde. Cuando regresamos a esta ciudad después de la batalla de Peralejo, el general Martínez Campos escribió al ministro de la guerra que la recepción del pueblo de Manzanillo, tan frío e indiferente de ordinario, lo había indemnizado de las preocupaciones de esos días. Ahora yo tenía mis nuevas y graves preocupaciones. No pude esperar la llegada de provisiones desde Jamaica en el vapor Purísima Concepción que, aun burlando la vigilancia del bloqueo americano, fue atacado por los buques americanos en Casilda el día 20 y aunque estaba siendo defendido por los vapores Fernando el Católico y el cañonero Dependiente, el combate duró hasta el mismo día 22 y llegó a Manzanillo el 25 de madrugada. Mi columna salió compuesta por tres mil setecientos cincuenta y dos hombres; de los batallones de Alcántara, Andalucía, Cazadores de Puerto Rico y dos batallones del regimiento Isabel la Católica; la segunda sección de la primera batería del quinto regimiento de montaña; parte de la octava compañía del primer regimiento de zapadores; guerrillas montadas de Calicito, Bayamo y Manzanillo; cinco oficiales médicos y treinta hombres del departamento médico destinados a los hospitales de Santiago y la décima compañía de la columna de transporte a cargo de trece mil raciones de galletas y quince mil raciones extra de comida cargadas por ciento cuarenta y ocho mulas y cincuenta bestias de carga.
La noche del 22 acampamos en Palmas Altas, en la que muy pocos pudieron descansar como pretendíamos, quizás porque el suelo anegado por la constante lluvia contrastaba demasiado con la comodidad que quedaba atrás y tan cerca.
El 23 amaneció más claro el cielo, recogimos el campamento, reorganizamos la columna e iniciamos la marcha a las 5 y 30 abriéndonos paso por el margen izquierdo del Río Yara, cortando la alta hierba de Guinea y pasando lejos de las poblaciones para evitar encuentros con el enemigo, según la orden recibida. Atravesamos la llanura de Don Pedro y al oscurecer ordené acampar en un vado del Río Yara, al lado del célebre pueblo homónimo. La vanguardia contestó un fuego cerrado de diez minutos que mató a un hombre e hirió a tres. Habíamos sido hostilizados durante todo el día, pero el enemigo se retiró según el reporte de reconocimiento de la fuerza montada. La acampada fue tranquila y placentera en una arboleda, con un cielo claro.
La mañana del 24 fue anunciada por el toque de diana y después del café se organizó la columna y continuó la marcha a través de Arroyo Pavón, Ana López y Sabana la Loma, sosteniendo ligeras escaramuzas en que murió un hombre y otro fue herido, acampando en la ribera del Río Canabacoa.
El día 25 levantamos campamento a la hora acostumbrada y se procedió a formación bajo un fuerte aguacero, continuando la marcha por Las Peladas, Palmarito y cruzando los ríos Buey y Yao, armando campamento en Babatuaba. Como ayer, la columna fue hostilizada todo el día, pero el enemigo siempre fue rechazado y dispersado, aunque murió un hombre. La noche pasó tranquilamente.
Al cruce del Río Buey no pude evitar el recuerdo del 13 de julio de 1895, del valiente general Santocildes; el que no se apuraba por falta de municiones mientras quedaran bayonetas; el que dudaba que hubieran fundido la bala que le quitara la vida y acto seguido se la quitaron tres. De aquí partieron hacia Peralejo unos mil trescientos hombres al mando de Santocildes, las dos columnas que habían salido de Veguitas; una a las 5 de la mañana con Martínez Campos, su Estado Mayor y los trescientos hombres montados del Primer batallón de Isabel la Católica más cuarenta guerrilleros montados de Manzanillo, bajo las órdenes del teniente coronel Vaquero; la otra treinta minutos después, a las órdenes de Santocildes con el resto, donde se incluían doscientos cincuenta hombres del Sexto Peninsular del teniente coronel San Martín y la columna mía que había se había unido a Martínez Campos a las ocho de la noche del día anterior, proveniente de Manzanillo, a marcha forzada desde el mediodía y  el fango al pecho de la cabalgadura, con cuatrocientos seis hombres del Segundo batallón de Isabel la Católica y sesenta guerrilleros montados. Acabando de pasar el Buey por Barrancas se avistó al enemigo en el flanco izquierdo de la sabana, sin que nos hostilizaran. Una guerrilla de cuarenta hombres de Travesí y cuarenta de Isabel la Católica hicieron un reconocimiento infructuoso. Marchábamos a eso de las doce del día por el camino de Magüey, a dos kilómetros de la bifurcación del camino a Peralejo, cuando la vanguardia del teniente coronel José Vaquero encontró al enemigo, rompiéndose el fuego. Treinta minutos después, ya dentro de la sabana, el fuego enemigo nos envolvía, atacaron primero a la vanguardia, luego los flancos derecho e izquierdo y finalmente por la retaguardia, alternativamente, al ser desplazados varias veces de sus posiciones por nuestras fuerzas montadas, pero restablecidos en el acto por superioridad numérica. Se intensificó el fuego por la retaguardia a mi mando y la extrema retaguardia al mando del comandante Félix Díaz Andino. La situación era enervante; nuestro avance en un cuadro de un kilómetro estaba limitado por sendas cercas de alambre de púas y un arco de manigua que se extendía al frente y los lados desde donde el enemigo disparaba oculto contra nuestras tropas descubiertas.
El capitán Méndez, ayudante del general Santocildes, ya fuera de la sabana, en el camino de Bayamo, recibió una respuesta descortés al instar a su jefe a que abandonara su posición, creyendo que estaba siendo apuntado por el enemigo; luego de algún tiempo, a la tercera hora de combate, pudo verlo en el suelo rodeado de dos asistentes, muerto al lado de su ayudante de campo el teniente Sotomayor, que lo quiso socorrer. Se hizo cargo de la columna el mismo Martínez Campos, quien puso a la vanguardia al teniente coronel Francisco San Martín que había avanzado desde el flanco derecho hasta esa altura, tras haber sido herido gravemente el teniente coronel Vaquero. Martínez Campos concibió un avance después de una hora de fuego cerrado y ordenó cargar a los frentes de la sección exploradora y las compañías primera y tercera de Isabel la Católica al coronel teniente coronel de Estado Mayor Máximo Ramos, su ayudante capitán Primo de Rivera y su ayudante teniente marqués del Baztán, lo que puso en fuga al enemigo, todo cubierto con fuego vivo de los flancos. Notando el general que la retaguardia a mi mando estaba a la altura del camino de Magüey, concibió invertir el orden de formación, tomando yo la vanguardia y ésta pasando al flanco derecho y retaguardia; pero el paso del arroyo Babatuaba se convirtió en un cuello de botella por el alto número de acémilas y heridos y volvió a intensificarse el combate. Entonces la caballería enemiga, demasiado tarde, intentó obstaculizar el paso por el flanco izquierdo, pues no habían apostado fuerza alguna en el arroyo. Maceo quedó desconcertado y, ya cruzado el arroyo, sólo algunos grupos de caballería hostilizaban nuestra retaguardia. Llegamos a Bayamo a las 9 de la noche, burlando a un enemigo seis veces superior, práctico en el terreno, hábil y bien armado.
Había llegado el general en jefe con su Estado Mayor a Manzanillo en el vapor Villaverde, 10 de julio de 1895 a las 10 de la noche, recibido por el comandante general del distrito Sr. Lachambre, el comandante militar de la plaza, el ayudante de Marina y el alcalde municipal. Llevaba el propósito de visitar Bayamo donde según la voz general había grandes deficiencias y Lachambre le informó que tenía noticias de que a tres leguas de Bayamo esperaba Maceo con tres mil negros del sureste oriental más las partidas de la jurisdicción, cuyo cabecilla más importante era Bartolomé Masó, pero quien no secundaba a Maceo en su obra de destrucción, desolación, asesinatos y atropellos, lo que provocó entre ellos gran disgusto. Pidió cabalgaduras para sus hombres sin indicar el rumbo que tomaría la próxima madrugada a las cuatro, acompañado por la columna del teniente coronel Vaquero, perturbando el silencio de las calles de la ciudad, como alma que lleva el diablo.
El 26 de junio de 1898 recomenzó la marcha a Santiago a las 6:30 de la mañana. Tuvimos un día muy largo y atareado con escaramuzas contra avanzadas enemigas a través de las alturas de San Francisco, Peralejo, Río Mabay y Almirante, donde acampamos. Castigamos duramente al enemigo sin sufrir el más leve daño.
La moral de la columna era excelente y la hora apropiada para elevar su espíritu haciendo una movida que, aunque contradecía las órdenes de no trabar batalla, satisfaría un deseo generalizado en la tropa: no pasar de largo ante una ciudad ingrata e infestada de enemigos. Decidí que el segundo comandante ocupara Bayamo. Ordené al coronel Manuel Ruiz formar dos columnas con 600 infantes y una de caballería. Las tres columnas salieron a las 3 de la tarde, después de la primera merienda, rumbo a Bayamo, a mostrarle que todavía España estaba viva y a dispersar al enemigo. Al mando de la fuerza de caballería iba Luis Torrecilla, comandante del primer batallón de Isabel la Católica; el teniente coronel Baldomero Barbón en uno de los grupos de infantería y el otro a cargo del mismo coronel Ruiz. Las tres columnas avanzaron hacia diferentes puntos, acercándose al objetivo sin dificultad; se escuchaban señales de alarma y se veían grupos corriendo por las calles, pero el enemigo no disparó hasta que nuestras columnas silenciosas y en orden alcanzaron la ribera del Río Bayamo, tratando de detenerlas con un fuego estable de fusilería.
A la orden de ataque nuestras fuerzas cruzaron raudamente el río, armas en ristre, y entraron sin resistencia al bastión enemigo de España. Tuvimos que lamentar una sola baja. Aquella horda tuvo que retroceder en fuga precipitada. Ocupamos edificaciones y calles y varios grupos reconocieron la ciudad completa. Se encontraron paquetes de documentación y correspondencia y se destruyeron la estación y parte de la línea telegráfica que habían establecido los insurgentes con Jiguaní y Santa Rita.
Como era de esperar, los bayameses no brindaron información alguna sobre el enemigo. Unos pocos entreabrían las puertas por curiosidad, sin disimular su disgusto por la presencia inesperada e indeseada del soldado español.
Las fuerzas regresaron a Almirante desconociendo los resultados de ese día; sólo después se supo: el enemigo tuvo diez muertos y nueve heridos. Así terminó la primera parte de nuestra gloriosa marcha desde Manzanillo.
Resulta imposible ignorar la diferencia que hacen tres años en la vida cotidiana. Nuestra entrada a Bayamo con Martínez Campos el 13 de julio de 1895 fue triunfal. Se comentaba que en los alrededores se habían concentrado unos seis mil separatistas incluyendo a los Maceo, Tamayo, Rabí, Salvador Ríos, Periquito Pérez, Quintín Banderas. Antonio Maceo quería dar un golpe de efecto que bien podía ser volver a quemar la ciudad, conociendo su situación defensiva por sobrados informantes internos; no tenía fuertes exteriores, ni circuito de ninguna clase, las defensas interiores eran débiles y aisladas, sus combatientes y recursos no eran una incógnita: la ciudad estaba prácticamente desguarnecida desde el día 9 de julio de 1895 en que habían salido cuatrocientos hombres escoltando un convoy a Cauto y sólo quedaba una sección de artillería con una pieza de montaña, otra sección de ingenieros, una guerrilla de catorce caballos y unos ciento cincuenta infantes, unos cuarenta voluntarios, alrededor de cien enfermos del hospital militar disponibles y unos trescientos fusiles. Por eso la noche del 12 el comandante militar Vara del Rey, esperando un ataque masivo por todos los puntos, al tomar sus disposiciones, animó a la ciudadanía con excelente espíritu, pero con precarias posibilidades. Maceo no atacó Bayamo porque la acción contra Martínez Campos en el camino de Manzanillo valdría mucho más. En esta ciudad el Casino español sirvió de capilla ardiente amplia para los cadáveres de los héroes que pudieron rescatarse; el entierro de Santocildes, su ayudante Sotomayor  y los otros mártires, a las 5 de la tarde del domingo 14, significó una muestra de amor patrio; ahora nos tocaba la otra cara de la moneda.       
Al romper el día 27 de junio en Almirante levantamos campamento y seguimos camino por la sabana de Guanábano, a través de Chapala cruzando el Río Cautillo, destruyendo la línea telegráfica enemiga desde Bayamo hasta Santa Rita, donde acampamos sin novedad.
A las 6 del día 28 retomamos la marcha hacia Baire vía Cruz Alta, Río Jiguaní, Jiguaní, Piedra de Oro, Granizo, Cruz del Yarey y Salado.
El enemigo, más numeroso que en días anteriores y en alturas dominantes del vado del Jiguaní, trataba de impedirnos cruzarlo, lo que frustramos con oportunos ataques por sus flancos y tiros de artillería precisos. Después continuamos la marcha sin interrupción hasta Cruz del Yarey, donde aparecieron nuevamente, pero ofreciendo menos resistencia.
Estaban resueltos a impedir nuestra marcha, sin embargo, pues nos estaban esperando en las ruinas de lo que había sido el poblado de Baire y en cuanto nos divisaron comenzaron un hostil fuego de fusilería, silenciado por el rápido avance de la vanguardia que los precipitó a una vergonzosa fuga. En este encuentro fue herido mi segundo comandante, coronel Manuel Ruiz, y muerto su caballo. Tuvimos cuatro soldados muertos y cinco heridos y acampamos esa noche en Baire.
El día 29 mandé a suspender la marcha para descansar. Lo sofocante de la marcha abriendo camino por la alta hierba a lo largo de casi todo el trayecto en fila india, la lluvia incesante que mojaba la ropa y ponía el suelo resbaladizo, las enfermedades y heridas que provocaban largas filas de camillas, la certeza del cumplimiento de la mitad del camino, la condición sine qua non de una encrucijada con tres caminos diferentes a Santiago, todo esto me llevó a esa decisión. Tuvimos tres heridos más, aun así.

El 30 al amanecer abandonamos Baire y nos encaminamos a Palma Soriano, donde dejamos heridos y muertos para continuar marcha via Ratonera, Arroyo Doncella y el Río Contramaestre hasta La Mantonia, con el objetivo de pasar la noche. Pero tan pronto como la columna comenzaba a ocupar el camino a la Ratonera, el enemigo abrió fuego desde trincheras, siendo silenciado por las primeras tropas que salían. No me fue difícil vislumbrar que ese ataque era un preludio de emboscadas y cambié la ruta para evitar bajas, por lo que nuestras fuerzas llegaron a los barrancos de Arroyo Doncella, cuyo vado alcanzamos por un estrecho sendero. Nuestra vanguardia provocó la salida del enemigo de sus posiciones en acecho sin contestar a sus disparos. Cuando nos concentramos nuevamente tras vadear el Doncella, nos decidimos a vadear el Contramaestre, donde debía de esperar el enemigo, a juzgar por sus notas y amenazas escritas a lo largo de la ruta. El teniente coronel Baldomero Barbón, al mando de media brigada de vanguardia desde que el coronel Ruiz había sido herido, desplegó sus soldados en orden de combate y avanzó resueltamente. Nuestra columna tenía que salir de la zona montañosa a través de un estrecho valle del Contramaestre, en descampado, a plena vista de posiciones dominantes del enemigo y obligados a ascender la empinada ruta hacia la ribera opuesta. Con la hierba de Guinea como escudo y sus corazones como trincheras, estos bravos soldados me seguían con aplomo y disciplina. Era verdad que el enemigo nos acechaba en grandes números y posiciones inexpugnables para adversarios que no aceptaran el reto, pero los desconcertamos con un fuego cerrado de fusilería, disparos certeros de artillería y un avance relámpago que les derrumbó su moral combativa y los hizo retroceder, abandonando sus posiciones a los que desafiaban la muerte, conscientes de su tarea sagrada impuesta por el honor.
Tras el cruce del Contramaestre, a través de extensos pastizales, la columna llegó a la finca La Mantonia, donde variadas huellas alrededor de sus diversas chozas indicaban la cercanía de grandes fuerzas enemigas. Como en efecto, tan pronto entró al lugar la vanguardia, comenzaron a hostilizar con disparos aislados desde trincheras en una ladera de unos mil doscientos metros cuya línea debíamos pasar sin otra protección que las altas yerbas.
Francisco González, al mando de dos compañías de vanguardia del batallón de Alcántara y cumpliendo órdenes del teniente coronel Barbón, después de haber observado la disposición de las trincheras enemigas, avanzó firmemente y sin contestar al fuego, a lo largo del único pasadizo posible, hasta que logró tenerlas a tiro hecho por el flanco izquierdo, obligando al enemigo a abandonarlas, que también dejó mucha munición Remington. Fueron heridos ese día nueve soldados rasos y el capitán Genaro Ramiro, del batallón de Alcántara y murieron cinco.
En Manzanillo se había efectuado la primera batalla naval donde el alto mando americano pretendía destruir cuatro cañoneras españolas surtas en el puerto, por los buques Hist, Hornet y Wompatuck. En media hora de batalla contra las cañoneras, baterías de costa e infantería desde la colina, el primero fue impactado once veces, el segundo puesto fuera de combate y el tercero seriamente dañado.
El amanecer del primero de julio anunciaba un día aciago. Reiniciamos la marcha a través de Las Lajas, desplazando enemigos de buenas posiciones y vadeando el río Guarinao. Supimos que cerca de allí había considerables fuerzas hostiles por las escaramuzas que sostuvieron nuestros destacamentos al sorprender dos emboscadas. La columna descubrió un campamento recién construido en el centro de una depresión del terreno, rodeado de escarpadas lomas, con capacidad para unos dos mil hombres. Convencido de la idoneidad del lugar para una emboscada, impartí órdenes para el avance y posicionamiento de la artillería.
El enemigo activó una línea de defensa limitada por montañas a ambos lados e incluyendo la loma de Aguacate y nuestra estación de heliógrafo. Aunque dedicamos mucho más de la mitad de la columna repartiendo una lluvia de balas no logramos moverlos. Ordené alto al fuego y envié señales de corneta porque la tenacidad y organización de aquellos combatientes me hicieron dudar de su identidad. Reiniciamos el ataque y mandé tomar las posiciones hostiles. Mi columna avanzó serena, segura, bien dirigida, gritando hurras a su patria, en pos de la muerte: con una violenta carga a la bayoneta, desplazó al enemigo de su trinchera, donde quedaron abandonados diecisiete cadáveres y munición bastante moderna. Esta batalla fue la más difícil desde que salimos de Manzanillo, con siete muertos y cuarenta y dos soldados y un teniente heridos: los rebeldes querían lucirse con Schafter. Continuamos marcha hasta Arroyo Blanco, donde pernoctamos.
Ese día frente a Manzanillo pasaron dos buques auxiliares por el canal Cuatro Reales, enviados por Sampson, de apoyo al escuadrón de Young, derrotado veinticuatro horas antes. El Scorpion, que portaba cañones de repetición de cinco pulgadas y el Osceola, comandados por los tenientes Marix y Purcel habían pasado la noche en Cabo Cruz. En una hora de batalla la precisión, rapidez y uniformidad de fuego de las fuerzas españolas en Manzanillo obligaron a los americanos a retirarse, levantando su moral combativa significativamente.
Ese mismo día a las siete de la mañana en Santiago comenzó el ataque de la flota americana con los buques New York y Oregon, que duró hasta las once. Desde un globo cautivo observaban una ciudad fantasma, por cuyas calles transitaba sólo algún soldado, voluntario o merodeador. Los ladridos de los perros abandonados, el silbido de los proyectiles volando por sobre las casas vacías y las explosiones conformaban un concierto macabro. Toda la población había huido hacia El Caney obedeciendo la advertencia del alto mando americano. En el Caney el general Vara del Rey combatía casa por casa desde las seis de la mañana, con quinientos veinte hombres, contra una fuerza invasora mucho más numerosa y poderosa bajo las órdenes del general Wheeler y el general Linares en la loma de San Juan con doscientos cincuenta hombres contra el coronel Chaffee. Los americanos no sólo tenían ventajas numérica y de armas, sino también la cooperación de los mambises y quizás de la providencia: cuando era transportado en camilla, bajo una lluvia de proyectiles, con ambas piernas heridas por mosquete, Vara del Rey y dos camilleros fueron muertos instantáneamente.
El segundo día de julio, al experimentar la misma estrategia insurgente de lentificar nuestra marcha hacia Palma Soriano, que alcanzamos a las tres de la tarde, sentí una gran frustración por no haber llegado a tiempo a la meta: aquellos nuevos cuatro muertos y seis heridos ya me parecieron bajas inútiles. La respuesta del jefe del ejército en Santiago a un heliograma que le mandé a San Luis fue que grandes fuerzas americanas habían desembarcado y dominaban partes de la ciudad y que debía forzar la marcha para apoyar la defensa de la plaza. Sólo para cumplir con una orden expresé a mis hombres reunidos: "Soldados: salimos de Manzanillo porque el enemigo amenazaba a Santiago. Debemos correr a ayudar a nuestros compañeros. Nos llama el honor; el nuestro y el de nuestros padres. Yo, que estoy orgulloso de haberlos acompañado en estos días en que nuestra patria exige de nosotros redoblar energía y coraje, les dirijo estas sencillas palabras para que sepan que estoy profundamente complacido con vuestro comportamiento, para destacar la necesidad de hacer un esfuerzo supremo que salve el honor de nuestra amada patria, como hemos hecho hasta ahora. Entonces gritemos, Viva España, y vayamos en busca de aquellos que quieren averiguar lo que vale cada uno de ustedes. La victoria es nuestra."
Ordené una cena abundante y descanso, sin saber que en Santiago mis compatriotas tenían para comer solamente arroz hervido. Todos los comercios estaban cerrados y los que abrían se aprovechaban de la situación.  
El 3 de julio la diana tocó a las dos de la mañana. Marchamos sin descanso, sin comida ni pausa en la hostilidad rebelde, escuchando el estruendo de la batalla próxima en crescendo, hasta las once, cuando tuvimos la primera vista de la ciudad sitiada y supimos de la inmolación de nuestra flota en una escapada imposible. Organicé una columna relámpago con treinta hombres de los más fuertes  de cada compañía del primer batallón del regimiento de Isabel la Católica y la caballería completa, bajo el mando del teniente coronel Baldomero Barbón, con la que llegamos a Santiago a las tres de la tarde. Al llegar el resto de la columna se diluyó en la defensa de la ciudad.
Durante toda la marcha habíamos tenido veintisiete muertos y heridos sesenta y ocho soldados, dos oficiales y un coronel.
Ante la inminencia de la hecatombe, me aterraba el pensamiento del destino de nuestras familias, allá lejos, donde los americanos bombardeaban la ciudad desde el mar y los insurgentes atacaban desde los alrededores.