El nacionalismo es bueno, para mí. Es como la resolución de la tarea particular del individuo en la sociedad: cada uno hace lo suyo y el todo anda correctamente. Lo que pasa es que esa idea se ha ido atacando por siglos con la demagogia y la hipocresía. Hay personas que prefieren la igualdad a la justicia y cuando se acumulan muchos en una sociedad son capaces de lograr cambios trascendentales con el método democrático "un hombre un voto" que yo considero una aberración. Igualar el voto de un intelectual de altura o de un empresario que crea cientos de puestos de trabajo al de un gamberro que se pasa la mañana jugando dominó en la esquina, la tarde tratando de buscarse ilegalmente el sustento y por la noche bailando, no creo que sea una buena idea.
Hoy día se pueden comparar todas las monarquías que hay en el mundo con las democracias, tanto del mundo desarrollado como de las repúblicas bananeras y se nota una superioridad evidente.
En las ciencias sociales sucede lo mismo que en las médicas: el error de "los universales", término utilizado por Alexis Carrell en su libro La Incógnita del Hombre. En Sociología, como en Medicina se analiza un ser abstracto único, ideal, constante y se le aplican las curas esperando un mismo resultado. Entonces se culpa del fracaso a la ciencia.
Hay derechos rechazados por pueblos, que despiertan compasión; hay otros que despiertan desprecio. El mejor símil de un pueblo sin decoro, sin autoestima, conformista, es el de una mujer abusada: defiende y apoya al abusador.
La única medicina que cura esto en los pueblos es el nacionalismo, pero el nacionalismo sano, no el que sugiere al ciudadano que es el más bonito, el más simpático, el que se ríe de sus desgracias, el que tolera las sinvergüenzuras de sus gobernantes.
Los pueblos subdesarrollados necesitan un nacionalismo que enseñe al individuo que la única vía legal y ética de aceptar dinero es la del trabajo. La cultura tiene que ser más que algo más que bailar.
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