viernes, abril 22, 2011

Pueblo en marcha VI. Tierras de Manzanillo. Juan Goytisolo.

La víspera de la concentración, Manzanillo ofrece un aspecto extraordinario. Los brigadistas de Patria o Muerte y Conrado Benítez, los maestros voluntarios y alfabetizadores populares vienen de los ranchos de la ciénaga y las aldeas serranas con el cabello anormalmente largo, las botas blancas de polvo, la piel curtida por el sol. La mayoría de los hombres gastan barba y se desparraman en bandas alegres por la ciudad, con collares campesinos hechos de semillas y un cabo de tabaco entre los labios. Las muchachas no han perdido su coquetería y lucen camisas bien planchadas y limpias, con la banderita cubana y la fotografía de Fidel. En unos y otras el optimismo es contagioso. Por espacio de muchos meses han vivido alejados de su familia y amigos compartiendo la existencia ruda de guajiros, carboneros y pescadores, levantándose a la orden del sol y acostándose a la del crepúsculo, hostigados por el calor, el jején y el mosquito, para llevar la instrucción a centenares de miles de almas que el colonialismo español primero, y la burguesía y los monopolios americanos después, habían mantenido en el atraso y la ignorancia. Obligados a trabajar en maizales y cafetos, potreros y rancherías, durmiendo en hamacas y catres de viento, sin otra luz que la de los velones y candiles, estos hombres y mujeres no son los mismos que salieron a alfabetizar medio año antes de La Habana, Pinar del Río o Santiago. Si guajiros, carboneros y pescadores han cesado de vegetar, frustrados y ofendidos en su dignidad de hombres, también ellos han adquirido una nobleza nueva en el trato con sus hermanos alienados y desposeídos. La Revolución ha obrado en pocos meses una transformación moral tan importante como la que llama la atención del viajero en el orden de las realizaciones económicas. Los hombres dormidos durante siglos han despertado de pronto a su posibilidad de hombres auténticos y, en la confrontación, los alfabetizadores han purgado, a su vez, gran número de prejuicios antiguos. Un sentimiento nuevo recorre la isla de parte a parte. En Manzanillo transflora y embellece el rostro de hombres y mujeres, viejos y niños. El corazón se calienta y pulsa de alegría al reconocerlo: se llama fraternidad.



Al atardecer, los brigadistas hormiguean por el parque con las mochilas cargadas a la espalda y los sombreros echados atrás. Algunos han entrado apenas en la adolescencia y el bozo no mancha aún sus mejillas infantiles. Deben de haber cumplido escasamente quince años y hablan como si fueran adultos. A mi lado un mulatico se anuda en torno al cuello la bandera de “Territorio Libre de Analfabetismo”. Es inquieto y gracioso y me sonríe mientras se acomoda en el bordillo de la acera.



__¿Cómo te llamas? __le digo.



__Braulio Pérez Hernández.



__¿Cuántos años tienes?



__Trece.



__¿De dónde eres?.



__De Puerto Padre.



__¿Es la primera vez que vas a La Habana?



__No, señor. El año pasado fui con mi escuela al hotel Habana Libre.



__¿Te gustó?



__Arriba de todo hay un bar muy lindo. Mi hermanito y yo estábamos siempre en los ascensores.



__¿Dónde alfabetizabas ahora?



__En Niquero.



__¿A cuántos enseñaste?



__A uno. Bueno, al principio alfabetizaba a dos, pero el viejo se puso enfermo de los ojos y no podía leer.



__¿Vivías con ellos?



__Sí, señor.



__¿Dónde?



__En el bohío. Me acotejaron una cama en la cocina.



__¿En qué trabajan?



__Tienen tres vacas y un huerto... Antoliano me enseñó a ordeñar.



__¿Antoliano?



__El hombre de la casa... Su mujer se llama Nilda.



__¿Lo alfabetizaste bien?



__Sí, señor __Braulio se expresa sin timidez ninguna__. La semana pasada escribió la carta a Fidel y el maestro le regaló un libro.



__¿Hay brigadistas más jóvenes que tú?



__Sí, señor __dice__. Erasmito es aún más chiquito. Mi padre no lo quería dejar y él dijo, Si no voy me cuelgo del caimito y me tienes que enterrar con la abuela.



__¿Quién es Erasmito?



__Mi hermano.



__¿Está aquí?



__No. El fue con mi hermana mayor para Guantánamo.



Los compañeros de Braulio vienen a buscarle y me despido de él.



Desde la mañana los bares no despachan bebidas alcohólicas y, a falta de algo mejor, me voy a tomar un café bajo los pórticos de la plaza. Navarro Luna y Acosta hablan en Campechuela a las nueve y los jóvenes Rebeldes se trasladan en camiones a oírles. En la piquera vecina Manuel se estaciona entre dos taxis. Al verme, me presenta a un hermano que vive en La Habana y está en Manzanillo de paso.



__Ayer me sapeé el día __dice—. Se pinchó la rueda y no pude arreglarla hasta por la noche.



Luego me pregunta qué diablos he hecho durante este tiempo. De modo sucinto, le refiero mis asomadas por el Mégano y la Ciudad Escolar.



__¿Qué te luce la ciudad? ¿Has visto algo así en tu vida?





Le digo que no y sonríe satisfecho.



__Ven __añade__. Voy a enseñarte una cosa.



__¿Qué cosa?



__Al otro lado del parque hay un bar donde nos reunimos unos cuantos a hablar de política. ¿Lo conoces?



__Estuve la primera noche __digo__. ¿Es la peña de Hilario?



__Tú sabes dónde el jején puso el huevo __ríe Manuel__. Hoy vienes conmigo y en pases.



Inopinadamente se encienden los faroles de la plaza. El hermano camina delante de nosotros con las manos en los bolsillos y, a cada trique, se vuelve a mirar a las mujeres.



__¡Vive esto! Esa sí es canela fina...



__Mi Antonio se duerme a las muchachas como agua —dice Manuel.



—A la trigueña le clavé la piedra en seguida, ¿te acuerdas? Por la mañana estaba en la bodega de Ramón.



__Tú no desprecias ninguna.



__No estoy casado como tú __dice Antonio__. Yo no tengo gatico ni perrito.



__¿Y tu novia?



__¿No te dije que rompimos? En La Habana hay cada jeva... Como la morenita de allá delante. ¡Qué cosa más rica, chico!



Cuando llegamos, un corrillo de asiduos discute bajo los pórticos. Hay una mujer de una cuarentena de años, un brigadista de Patria o Muerte, varios jóvenes de las milicias y un negro chato y pasudo, que sus amigos llaman Juan Ángel y habla con el acento de Pinar del Río. Hilario, al parecer, ha ido a Campechuela a oír el discurso de Acosta.



Manuel sonríe a la mujer y, bajando la voz, me explica que es profesora de dibujo. Por la acera pasa una banda de muchachas y Antonio se eclipsa tras ellas.



__En la Sierra daba gusto verlas __dice el de Patria o Muerte__. Algunas no tenían ni quince años y parecían mujeres...



__Mi vecina envió la hija a Bayamita y, cuando vino, no la conocía __dice la maestra__ ¡Uy, cómo ha vuelto mi niña, si me la han cambiado! Ahora come lo que le doy y me obedece... Todas las madres están azoradas.



__Conozco a una señora que no quería que fuese su niña porque creía se la iban a desgraciar, y hay que oírla ahora: “Donde Fidel mande a mi niña, allá va”.



__La Radio Swan contaba que la mitad bajaban enfermas y que las habían matao de hambre __dice un miliciano.



__Estos cuando hablan parece que están borrachos o tienen la cabeza llena de cocaína __dice Juan Angel__. El otro dia uno de Bayamo se quejaba de que no había camarones y yo le dije, ¿Quiere usted comer camarones? Pues vaya a noventa millas al Norte, que ahí hay mucho.



__Algunos gritan porque no comen carne todos los días y, antes, los pobres, ¿acaso la probábamos? __la maestra se expresa con vehemencia__. Yo les digo, si no hay carne, hay fríjoles, si no hay fríjoles, habrá arroz, si falta el arroz habrá malanga... De hambre no moriremos.



__Sí, señor __Juan Angel viste una camiseta blanca abierta por delante, con una tira bordada como una casulla encima de los botones y juega con un medallón que lleva colgado del cuello__. Así se habla en Cuba.



__¿Que la carne rusa es mala? __prosigue la profesora__. Pues los rusos la comen y bien gordos están.



Todos ríen y Manuel aprovecha la pausa para presentarme a Juan Angel y la mujer. Ella tiene el cabello oscuro y los ojos azules y, pese a su rostro flaco y surcado de arrugas, se adivina que ha sido hermosa. Por unos minutos __empiezo a habituarme ya__ la conversación gira en torno de España y de los españoles que había en la isla.



__Pues yo prefiero mil veces los españoles a los americanos __dice Juan Angel__ . El español te explotaba y el yanqui te explotaba y te discriminaba.



Juan Angel abre el medallón del pecho y me muestra una fotografía suya, tomada algunos años antes, en la que aparece con guantes de boxeo, entrenándose en un gimnasio deportivo.



__Usted no se puede imaginar lo que debíamos hacer para vivíir los negros en Cuba... Yo he sido boxeador, limpiabotas, maletero y he tenido que robar, para que no me robaran a mí. Pues bien, compay. Todo esto no es nada al lado de lo que padecí com los americanos.



__En los centrales no pagaban más que ellos para dividirnos y dominarnos mejor —dice uno de las milicias.



__Hasta la Revolución la gente de color no podía entrar en ningún club.



__Ahora la discriminación no existe ya. Pero quedan aún muchos prejuicios.



__Cuando un hombre y una mujer empatan es lo más lindo que hay __dice Juan Angel__ Y ven acá, ¿por qué no se ve ninguna manca en la calle del brazo de un negro?



__Dentro de unos años todo cambiará __responde Manuel__. Lo viejo no se barre de la mañana a la noche.



__Muchos nos admiten juntos y no nos quieren ver revueltos.



__Juan Angel habla para mí__. Al calvo no le importa la navaja. Pero ya que andamos enredados en la sinceridad se lo digo: “Si fuera usted prieto como yo, sentiría usted como lo discriminan”.



__Los jóvenes piensan de otro modo __dice la maestra__. En mi calle, una brigadista y un muchacho de color se celebran desde hace meses.



__A algunas muchachas les gusta el azúcar pero no quien la caña quema __continúa Juan Angel__. El otro dia le dije a una mulatica, Mira chica, todos los corazones son colorados y acá en Cuba el negro se da silvestre…De modo que ya te vas acostumbrando a mirarnos un poco o te vas a quedar toda la vida para tía.



__Donde yo alfabetizaba, los negros y las blancas salían a pasear juntos __dice el de Patria o Muerte.



__La lengua siempre está peleada con los dientes y los dos viven en la boca __concluye Juan Angel.



Durante unos instantes todos callan. Poco a poco el corro se ha ido agrandando en derredor de nosotros. Al fin, un miliciano despliega el periódico que lleva bajo el brazo y lee unas líneas del último discurso de Kennedy.



__¿Qué le parece? —dice al terminar, El hombre habla siempre como si el mundo fuera suyo. A veces me pregunto si la cabeza le rige bien.



__¡Qué le va a regir bien! __dice un brigadista, Kennedy es un ñame.



__No me rebaje el ñame, compay __protesta Juan Angel__. El ñame satisface... Cuando uno tiene hambre le sabe sabroso y lo alimenta... Lo que es un cacho de carne con dos ojos.



__Los imperialistas ladran, pero ya no pueden morder __dice un miliciano—. Desde la última guerra han entrado en un período de decadencia histórica y, el día en que no les sea posible explotar a los demás pueblos, los obreros y los negros se le sublevarán y será el fin del capitalismo.



__Ven acá, mira lo que pasa en Santo Domingo... Si una nación despierta ninguna escuadra la puede parar.



__Sí, señor __dice Juan Angel__. ¿Por qué si no los Estados Unidos que es un país tan grande no se ha comido a Cuba que es tan chiquitica?... Porque saben que todos los pueblos están con nosotros y que, como pongan la mano acá, le da calambrina.



Los presentes aprueban con murmullos y la conversación se ramifica. Falta la presencia de algún Hilario para centrar la discusión con su vitalidad poderosa. A intervalos los oigo hablar de Argelia, Venezuela, Puerto Rico y hasta del Irán occidental (“Los holandeses están temblando”, dice uno). Al cabo se impone la voz de Juan Ángel.



__Si se me acerca un cura le digo, Mira chico, arreglemos esto de abajo primero y luego, si tú quieres remontarme a lo alto, súbeme.



__Los que hablan en nombre de Dios tienen la vida muy regalada __dice Manuel.



__La tierra es la que nos da de comer. Vamos pues a defender esta tierra... No me jale usted hacia el cielo que de allí no ha bajado nadie.



__Hay que luchar por esto y dejarse de prédicas __dice uno de milicias.



__A la que suene un tiro, todo mundo debe agarrar los hierros y fajarse con quien sea.



La maestra mira a su alrededor. Sus hermosos ojos azules centellean.



__¿Dónde hay embajadas para nosotros? __pregunta__. Para asilar a todos los pobres, a todos los cubanos, hubiera que hacer no una, ni dos, ni diez, como hay ahora, sino diez mil, y aún quedaríamos más de la mitad en la calle...



Su rostro se ha ido coloreando a medida que habla. La gente calla y la observa con respeto.



__Sí __dice de nuevo__. ¿Dónde hay embajadas para nosotros?



__En ningún sitio __murmura un miliciano.



__Si los siquitrillados y los esbirros vuelven algún día, ¿creen ustedes que nos van a perdonar?



__Hasta a los niños fusilarían... O ellos o nosotros.



__Si tenemos que desaparecer __prosigue la maestra__, bueno, pues desapareceremos. Si uno piensa, uy, a lo mejor me matan, voy a agacharme, éste no vale para nada... Si en Playa Girón hubiésemos obrado así, a estas horas tendríamos acá a todos los criminales de antes.



__Aquí estamos de visita nada más __dice Juan Angel__ ¿Para qué queremos tanto?



__El compañero tiene razón __la mujer habla apasionadamente y el corazón me aletea al oírla__. Si todo esto va a caer, si va a empezar la vida de antes, yo prefiero morir y desaparecer primero. Aquella vida ya no la quiero ni para mí ni para mis hijos... Entonces, ¿por qué tanto miedo?



La maestra nos contempla con la frente alta. Hay un silencio que dura varios segundos. De pronto, Manuel me agarra del brazo y me arrastra fuera del corro de quienes la escuchan, Cuando esta mujer habla me hace no sé qué ahí dentro.



__¿Es casada?



__Lo era __mi amigo se expresa con voz ronca__. Los esbirros le asesinaron al marido. Vinieron una noche a arrancárselo de la cama y nunca más ha vuelto a saber de él.



Manuel parece abatido y maldice bajo para desahogarse. Rabiosamente, limpia el polvo de sus gafas.



__Luego los americanos dicen que quieren salvarnos del comunismo... ¡La madre que los parió a todos!



Nos acodamos en una barra a tomar café. El público empieza a desperdigarse por la ciudad y la perspectiva del parque clarea. Las faldas variopintas de las mujeres salpican la penumbra de manchas móviles. Antonio vagabundea con las manos en los bolsillos y, al vernos, se acerca a nosotros sin prisa.



__¿Qué tal la caza? __digo.



__En La Habana si uno entra de lleno a las mujeres en seguidita se te caen... Las de acá son más serias...



__¿Hablaste con alguna?



__Algo hicimos, sí señor __Antonio sonríe__. Quedé con una negrita para el baile.



__¿No habías invitado ya a Norma? __dice Manuel.



__Bueno. Ahora iré con las dos.



__Tú nunca sentarás cabeza.



__Lo que no quiero __responde Antonio__ es sentar barriga.



Los bares están llenos de alfabetizadores y los camareros sirven sin cesar refrescos y jugos de fruta. En todo Manzanillo no se vende una gota de alcohol. Por fortuna me acuerdo de una botella de vino búlgaro que puse a refrescar en la nevera del Casablanca. Manuel y Antonio me acompañan a descorcharla a la habitación y pegamos la hebra durante un buen rato. El búlgaro es un clarete flojo __su asperillo evoca el del tinto de la Alpujarra__ y se deja beber fácilmente. Al tercer vaso me siento más comunicativo que antes, con ganas de distraerme y conversar. Sin preocuparnos de la hora, recorremos los cafés de la ciudad brindando y alternando con la gente. Algunos rostros comienzan a resultarme familiares y tengo la impresión de ser parroquiano antiguo. Por fin me despido de los hermanos y me encamino hacia el hotel.



Es más de medianoche y sopla un amago de brisa. A mis oídos llega el eco de un tambor y, cuando un conjuntico de negros irrumpe por la esquina con bongos y flautas, creo que estoy soñando. Los hombres bailan al claror de la luna, ligeros y espectrales. El blanco de sus dientes risueños parece brillar con luz autónoma mientras la oscuridad desperfila el resto. Los cuatro gastan sombrerito zumbón, visten pantalones de franela listados y guayaberas de colores. Sus cuerpos ondulean al son agudo de la flauta y el bongó marca el ritmo, preciso y rápido a la vez, de sus movimientos.





Lo decía Patricio Lumumba,

Ministro del Congo:

Yo no quiero yanqui

En mi territorio

Porque tiene diamante,

zafiro y petróleo.

Y lo del Congo va,

Lo decía el pobrecito Lumumba

Y lo del Congo va.

Lo decía el pobrecito Lumumba

Y lo del Congo va.

Que Mobutu no vale ná,

Caballero.

Que Mobutu no vale ná...





Los negros se alejan contoneándose hacia el corazón de la noche. El albedo de la luna envuelve la escena en una bruma de irrealidad y, conforme sus siluetas se achican, las voces resuenan dulces y melancólicas:





Que Mobutu no vale ná,

Caballero.

Que Mobutu no vale ná...





Antes que la oscuridad los trague del todo, me saludan con reverencias y graciosos ademanes. Luego doblan la esquina.



La calle queda desierta entonces y es como si de verdad lo hubiera soñado.

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