lunes, abril 25, 2011

Pueblo en marcha VIII. Tierras de Manzanillo. Juan Goytisolo.



 La semana siguiente asistí a la fase final de la campaña de alfabetizadores. Millares de jóvenes venidos de todos los rincones de la isla llegaban a La Habana en trenes y camiones, mezclados con los maestros voluntarios y los brigadistas de Patria o Muerte. Las calles estaban adornadas con infinidad de banderitas y el pueblo vivía en un clima enfebrecido de expectación y de fiesta.

Recuerdo que fui con Carlos Franqui a la terminal de ferrocarriles a presenciar la recepción de una de las expediciones. Las muchachas de Conrado Benítez se amontonaban en los vagones descobijados de un tren cañero después de un viaje agotador desde Santiago.

Durante más de un día habían permanecido al sol y a la intemperie, sin dormir y casi en ayunas y, al apearse de las jaulas para desfilar por la ciudad, aguardaban pacientemente la seña! de partir, con las pesadas mochilas sobre la espalda. Algunas habían cumplido apenas catorce años y sus labios no formulaban ninguna queja.

Por aquellas fechas aproximadamente, visité las Escuelas de Instructores de Arte del barrio de Miramar y los cursillos de alfabetización de los trabajadores del puesto. En los palacios abandonados por la burguesía, millares de jóvenes estudiaban teatro, música y danza. El pueblo irrumpía en el recinto sagrado de las ensoñaciones y nostalgias de la clase en que nací y, en los profundos y marchitos salones, las fotografías de Fidel y Raúl sustituían a los viejos retratos de familia. Los estibadores de Jesús María y Guanabacoa habían aprendido a leer entre tanto y sus hijos frecuentaban las mismas instituciones en que __durante mi infancia__ me enseñaron a agradecer a Dios el privilegio de pertenecer al bando de los elegidos.

A medida que se avecinaba el día de la concentración, el ritmo de vida colectiva se aceleraba. Los niños alfabetizadores del llano y de la Sierra habían invadido bruscamente el hotel Habana Libre y, al igual que Braulio, subían en los ascensores para atalayar desde el altísimo descubridero del bar la hermosa ciudad que les pertenecía. En el Parque Central la multitud se apiñaba a oír los discursos improvisados de los oradores. Mis amigos ñañigos de Regla se habían alfabetizado también y el Iyamba de Otan Efó me enseñó el interior de la capilla decorado con la fotografía de Camilo Cienfuegos y numerosas banderas soviéticas y cubanas.

El veintidós de diciembre, cien mil brigadistas Conrado Benítez, quince mil de Patria o Muerte, ciento treinta mil alfabetizadores populares y maestros voluntarios desfilaban en hileras cerradas con sus compases, faroles y lápices gigantes. El asesinato del niño Manuel Ascunce no había frenado el avance de la campaña sino todo lo contrario. La isla entera se proclamaba Territorio Libre de Analfabetismo y el pueblo bailaba y manifestaba su regocijo en la calle.

El tercer aniversario del triunfo de la Revolución __diez días después__, este mismo pueblo rompía el cordón del servicio de orden frente a la tribuna y como una incontenible marejada se precipitaba sobre los tanques destinados a asegurar su defensa y los cubría de besos. Las armas que tres años atrás los sojuzgaban aún habían pasado a ser sus propias armas. Por primera vez el cubano era protagonista de su historia y esta historia marchaba, al fin, al ritmo de mi impaciencia.

El tiempo restante que permanecí en Cuba trataba de recapitular y digerir cuanto había visto. A mis solas evocaba el Centro de Rehabilitación de los campesinos alzados del Escambray y mi visita a la escuela de Instrucción Revolucionaria Osvaldo Sánchez, las muchachas milicianas que en la noche de Navidad velaban los almacenes y tiendas, y las discusiones de los bares de Regla y Jesús María. Me acordaba __no se me despinta de la memoria__ de la maestra de Manzanillo y de la voz y expresión con que me dijo: “Si todo esto va a caer, si va a empezar la vida de antes, yo prefiero morir y desaparecer primero. Aquella vida no la quiero ni para mí ni para mis hijos... Entonces, ¿por qué tanto miedo?”. Sus palabras me las había apropiado poco a poco y, ahora, cuando escribo “si esto va a caer” __hablo de una hipótesis y sé que no es posible__ el pulso me tiembla.

El fracaso de nuestra Revolución significó un retroceso de cinco lustros no sólo para España sino para los pueblos hermanos de América Latina. El aniquilamiento de Cuba alejaría nuestras esperanzas durante otro tanto tiempo. Me basta con imaginar el destino doloroso de millones y millones de mis compatriotas, privados unos de patria y otros de libertad __y todos de la posibilidad de vivir dignamente__ para llegar a la conclusión de que __si el proceso ha de recomenzar, si los sacrificios han sido inútiles__ esta existencia no merece la pena. Al defender su Revolución, los cubanos nos defienden a nosotros. Si deben morir, muramos también con ellos.

París, mayo 1962

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