Ideas sobre la incorporación de Cuba
en los Estados Unidos.
José Antonio Saco .
"...El
día que me lanzara en una revolución,
no
sería para arruinar mi patria,
ni
deshonrarme yo,
sino
para asegurar su existencia,
y
la felicidad de sus hijos."
Confieso, con toda la sinceridad de mi alma , que nunca se ha visto mi pluma tan indecisa como al escribir este papel; y mi indecisión procede, no del asunto que voy a
discutir, sino de la situación particular en que me hallo.
Consideraciones que pesan mucho sobre mi
corazón, me imponen un respetuoso silencio, y lo guardaría profundamente, si
ellas fuesen las únicas que mediasen en la grave cuestión que debemos resolver;
pero, cuando me veo en presencia de un peligro que puede amenazar a la patria,
me juzgaría culpable si, habiendo hablado en ocasiones menos importantes, no
manifestase en esta mis ideas.
En mi favor invoco el derecho que todos
tienen a emitir las suyas, y así como soy indulgente, aun con los de opiniones
contrarias a las mías, hoy reclamo para mí, no la indulgencia que a otros
concedo, sino tan solo la tolerancia.
A mí personalmente, una revolución en Cuba ,
lejos de causarme ningún daño, me traería algunas ventajas.
Desterrado
para siempre de mi patria por el despotismo que la oprime, y aún errante en mi
destierro, la revolución me abriría sus puertas para entrar gozoso por ellas:
pobre en Europa, y abrumado de pesadumbres por mi condición presente y un
triste porvenir, la revolución podría enriquecerme, y asegurar sobre alguna
base estable el reposo de mi vida; sin empleos, honores ni distinciones, la
revolución me los daría. Si, pues, tanto me da la revolución, ¿por qué no
marcho bajo sus banderas; por qué vengo a combatirla, renunciando a sus
favores?
Sé que algunos dirán que mis opiniones
son retrógradas; otros, que soy un apóstata; e incluso no faltará quien pregone
que he vendido mi pluma para escribir contra la anexión. Pero a los que estas y
otras cosas digan, si las dicen de buena fe, los perdono; y si de mala, los desprecio.
Contemplando lo que Cuba es bajo el gobierno español, y
lo que sería incorporada en los Estados Unidos, parece que todo cubano debiera
desear ardientemente la anexión; pero este cambio tan halagüeño ofrece al
realizarse grandes dificultades y peligros.
La incorporación solo se puede conseguir
de dos modos: pacíficamente o por la fuerza de las armas. Pacíficamente, si
verificándose un caso improbable, España regalase o vendiese aquella isla a los
Estados Unidos; eventualidad en la cual, la trasformación política de Cuba se
haría tranquilamente y sin ningún riesgo. Por lo que a mí toca, y sin que se
crea que pretendo convertir ningún cubano a mi opinión particular, debo decir
francamente que, a pesar de que reconozco las ventajas que Cuba alcanzaría
formando parte de aquellos estados, me quedaría en el fondo del corazón un
sentimiento secreto por la pérdida de la nacionalidad cubana. Apenas somos en Cuba
quinientos mil blancos y en la superficie que ella contiene bien pueden
alimentarse algunos millones de hombres. Reunida que fuese a Norteamérica,
muchos de los peninsulares que hoy la habitan, mal avenidos con su nueva
posición, la abandonarían para siempre ; y como la feracidad de su suelo, sus
puertos magníficos y los demás elementos de riqueza, que con tan larga mano
derramó sobre ella la Providencia, llamarían a su seno una inmigración
prodigiosa, los norteamericanos dentro de poco tiempo nos superarían en número
y la anexión, en último resultado, no sería anexión, sino absorción de Cuba por
los Estados Unidos. Verdad es que la isla, geográficamente considerada, no
desaparecería del grupo de las Antillas; pero
yo quisiera que, si Cuba se
separase por cualquier evento del
tronco a que pertenece, siempre quedase para los cubanos, y no para una raza extranjera.
«Nunca olvidemos (así escribía yo hace algunos meses a uno de mis más caros
amigos) que la raza anglosajona difiere mucho de la nuestra por su origen, por
su lengua, su religión, sus usos y costumbres; y que, desde que se sienta con
fuerzas para balancear el número de cubanos, aspirará a la dirección política
de los negocios de Cuba y la conseguirá, no solo por su fuerza numérica, sino
porque se considerará como nuestra tutora o protectora, y mucho más adelantada
que nosotros en materia de gobierno. La conseguirá, repito, pero sin hacernos
ninguna violencia y usando de los mismos derechos que nosotros.
Los norteamericanos se presentarán ante
las urnas electorales, nosotros también nos presentaremos; ellos votarán por
los suyos, y nosotros por los nuestros; pero como ya estarán en mayoría, los
cubanos serán excluidos, según la misma ley, de todos o casi todos los empleos:
y doloroso espectáculo es por cierto que los hijos, que los amos verdaderos del
país, se encuentren en él postergados por una raza advenediza. Yo he visto esto
en otras partes y sé que en mi patria también lo vería; y quizás también vería
que los cubanos, entregados al dolor y a la desesperación, acudiesen a las
armas y provocasen una guerra civil. Muchos tacharán estas ideas de exageradas
y hasta las tendrán por un delirio. Bien podrán ser cuanto se quiera; pero yo
desearía que Cuba no solo
fuese rica, ilustrada, moral y poderosa, sino que fuese Cuba cubana y
no angloamericana. La idea de la inmortalidad es sublime, porque prolonga la
existencia en los individuos más allá del
sepulcro; y la nacionalidad es la inmortalidad de los pueblos y el origen más
puro del
patriotismo. Si Cuba
contase hoy con millón y medio o dos millones de blancos, ¡con cuánto gusto no
la vería yo pasar a los brazos de nuestros vecinos! Entonces, por grande que
fuese su inmigración, nosotros los absorberíamos a ellos y, creciendo y
prosperando con asombro del planeta Tierra , Cuba
sería siempre cubana. Mas a pesar de todo, si por algún acontecimiento extraordinario,
la anexión pacífica de que he hablado pudiera efectuarse hoy, yo ahogaría mis
sentimientos dentro del
pecho y votaría por la anexión.» El
otro modo de conseguirla sería por la fuerza de las armas. Pero ¿podemos los
cubanos empuñarlas sin envolver a Cuba
en la más espantosa revolución; con qué apoyo sólido contamos para triunfar de
la resistencia
que encontraríamos; entramos solos en la lid o auxiliados por el extranjero?
Examinemos separadamente lo que sucedería en cada uno de estos dos casos.
De raza africana hay en Cuba como
quinientos mil esclavos y doscientos mil libres de color. Los blancos, unos son
criollos y otros peninsulares y aunque aquellos son mas numerosos, estos son más
fuertes, no solo por la identidad de sentimientos que los une, sino porque
tienen exclusivamente el poder, el ejército y la marina y ocupan además todas
las plazas y fortalezas de la Isla. Ilusión sería figurarse que los
peninsulares se adhiriesen en las actuales circunstancias al grito de los cubanos
en favor de la anexión. Habría tal vez entre los ricos un cortísimo número que,
deslumbrados con la idea del
valor que pudieran adquirir sus propiedades, depusiese su españolismo y se
acogiese al nuevo pabellón. Pero la inmensa mayoría se mantendría fiel al
estandarte de Castilla. Se opondrán pues, porque fuerza es confesar que los
españoles en América son mas españoles que en España; porque habiendo perdido
ya sus admirables colonias en el nuevo continente, el orgullo nacional los
obliga a defender a fuego y sangre el único punto importante que les queda; porque
desde Cuba pueden fomentar todavía su comercio en varios países de América y
hasta adquirir en ellos alguna influencia política; porque todas las industrias
que hoy los enriquecen pasarían a los norteamericanos, pues no podrían entrar
en competencia con rivales tan activos y tan diestros; porque en fin, de amos
de Cuba descenderían a un rango inferior. Y si para todo hombre siempre es duro
este sacrificio, para el español sería insoportable, no sólo por el recuerdo de
lo que fue en aquellos países, sino por la intolerancia de su carácter y el
odio con que mira la dominación extranjera.
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