No hay dudas de que el patrioterismo vano del
cubano viene del sentido del honor español.
Hay otra historia en los anales de la guerra escritos por
los españoles en los diarios de ambas, la península y la isla, muy documentada.
Sin embargo la mayoría de los cubanos prefieren las historias al puro estilo
Elpidio Valdés, donde los gaitos son cobardes, estúpidos y cándidos.
Esta es otra historia de la batalla de Peralejo, contada por
un testigo ocular.
“Ejército de operaciones de Cuba.- E.M.G.
Excmo. Señor:
El día 5 salí de la Habana para ver de cerca las
jurisdicciones de Remedios y Sancti Spiritus, donde existen las partidas de las
Villas y Ciego de Avila; enterado de todo por el general D. Agustín Luque, de
cuyo celo, actividad e inteligencia estoy sumamente satisfecho, dispuse que
enseguida volviese a Manzanillo el segundo batallón de Isabel la Católica que,
con dos de la primera división había reforzado las Villas, dejando estos dos
allí por ahora; aunque estando pronto a volver a Cuba el de la Unión, segundo
provisional y de la colocación que consideraba debida a los cuatro batallones
que acababan de llegar de la Península (Andalucía, Extremadura, Borbón y
Zamora), formando dos líneas, la avanzada en el Jatibonico para operar hacia la
antigua Trocha, y la segunda en Placetas, Guaracabuya, Baez y Fomento; estas
fuerzas, con el tercero de Alfonso XIII y el de Bara, sexto peninsular, más la
caballería y guerrillas, tenían por primera misión perseguir las partidas y
formar las dos líneas indicadas, por si Máximo Gómez conseguía pasar la línea
de Júcaro a Morón perseguirle y evitar que levantase Las Villas.
El día 8 embarqué en Tunas de Zaza y recorrí Morón, Ciego de
Avila y Júcaro, previniendo las obras que para defensa de Ciego de Avila debían
hacerse y la construcción de un barracón para depósito y desembarco en el
Júcaro, como asimismo la construcción del ramal del Júcaro a Punta Barra y el
muelle de este punto (estas dos últimas aprobadas de Real orden).
El día 10 fui a Santa Cruz, adonde destinaba el batallón de
América, pero como las condiciones de este punto son malísimas, tanto respecto
a salubridad, azotado duramente por el vómito y las calenturas, y además el
barracón enfermería y cuartel estaba en ruinas e infestado, dispuse que se
alquilase una casa nueva para hospital y destacamento, por ser la única
regularmente situada en aquel puerto de infección, y previne que el batallón
fuera a acampar a Santa Cecilia, construyéndose barracones de guano para su
alojamiento y de tabla para enfermería, arreglando el camino que une a Santa
Cruz con Santa Cecilia.
Seguí a Manzanillo, donde llegué el indicado día 10 a las 10
de la noche; llevaba el propósito de ir a Bayamo, punto en el que, según las
noticias de los periódicos y la voz general, había grandes deficiencias;
comuniqué mi pensamiento al general D. José Lachambre, quien me dijo que
acababa de recibir noticias de que Antonio Maceo con unos tres mil hombres, más
todas las partidas de la jurisdicción, estaba en el Corojo, tres leguas
distantes de Bayamo.
En este punto se me confirmó la noticia de la presencia de
Maceo; yo reunía mil quinientos veintitrés hombres y no se suponía que Maceo
tuviera más del doble, y no le creía bien municionado; confieso paladinamente
que dudé un tanto porque, no habiendo vuelto el general Ordóñez de Holguín, no
había más fuerzas disponibles en este distrito, pero no me pareció oportuno
retroceder, hubiera perdido la fuerza moral con este valiente ejército, al que
tanto exijo y habría sido un golpe fatal.
Maceo, desde que supo mi arribo a Manzanillo, noticia que
recibió de seguro antes de salir yo de aquella ciudad, tomó sus precauciones y
empezó a reunir no sólo todas sus fuerzas, que las tenía próximas para
imposición de jefe a esta zona, sino los paisanos también; y como han recibido
un fuerte convoy, desembarcado en la Herradura, Holguín, desistió de su
proyecto de retrasar combates y organizó sus fuerzas y se dispuso a impedirme
el paso y rodearme merced al terreno y su superioridad numérica.
A las 5 de la mañana salí de Veguitas y se hizo la marcha
con lentitud por no estar muy bueno el camino; acabado de pasar el Buey por
Barrancas, se presentaron por el flanco izquierdo algunos grupos, que se
reconocieron y no hostilizaron; ya allí tuvimos alguna vaga noticia de que el
enemigo estaba cerca; como el camino de Jucaibama, aunque más corto, estaba en
muy mal estado, decidió el general Santocildes, que llevaba el mando, marchar
por el camino de los Magüey, dejando a nuestra izquierda el de Jucaibama; dos
kilómetros antes de la bifurcación del indicado camino y el de Peralejo, la
vanguardia, mandada por el teniente coronel D. José Vaquero, encontró al
enemigo, rompiéndose el fuego con vivacidad y a la media hora, esto es, a las
doce y media, se generalizó por todos lados, siendo envuelta la columna y
atacada vivamente la retaguardia mandada por el teniente coronel don Federico
Escario y la extrema retaguardia por el comandante D. Félix Díaz Andino; la
situación era muy mala; estábamos entre dos cercas de potreros, cercas de
alambre con puntas, completamente al descubierto y teniendo por los flancos y
el frente monte bajo, en que podían ocultarse y desde donde hacían fuego con
ventaja; avanzábamos lentamente en correcta formación, análoga a la del cuadro,
ocupando un kilómetro aproximadamente de extensión y con los fuegos cruzados,
sin haber punto inmune.
El teniente coronel D. Francisco San Martín, que iba a la
derecha, hizo un avance en aquella dirección, llegando a la altura de la
vanguardia; a las tres horas de combate cayó muerto de tres balazos mortales
por necesidad el inteligente y bravísimo general Santocildes; entonces tomé el
mando directo y habiendo sido herido gravemente el teniente coronel Vaquero,
dispuse que tomara el mando de la vanguardia el de igual clase San Martín y de
la retaguardia D. Federico Escario, continuando el fuego por espacio de una
hora con igual fuerza; entonces previne un avance y al frente de la sección
exploradora de Isabel la Católica y primera y tercera compañía del expresado
Cuerpo cargaron el coronel teniente coronel de Estado Mayor D. Máximo Ramos y
mis dos ayudantes capitán Primo de Rivera y teniente marqués del Baztán; se
puso en fuga al enemigo por aquella parte, matando algunos de arma blanca y el
fuego vivo de los flancos dio un breve descanso, y como la retaguardia estaba a
la altura del camino de los Magüeys, invertí el orden de formación, tomando
esta la vanguardia; la que era vanguardia quedó de flanco derecho y de
retaguardia; como se tenía que pasar el arroyo Babatuaba de uno en uno y las
acémilas y heridos eran muchos, volvió a generalizarse el combate, intentando
ellos con numerosa caballería estorbar el paso por el flanco izquierdo, pues no
habían apostado fuerza en el arroyo y quedaron sorprendidos con mi movimiento;
pasado el arroyo, a las cinco ya sólo grupos de caballería hostilizaban la
retaguardia y llegué a Bayamo a las nueve de la noche, donde era grande la
alarma, pues se había tenido noticia del combate y muerte de Santocildes.
Al día siguiente de mi llegada se enterró al general
Santocildes y siete cadáveres más que se trajo la columna, no habiéndose podido
traer los restantes por falta de medios de transporte, pues se perdieron
cuarenta caballos y acémilas; los ochenta y nueve heridos se habían instalado
la noche antes en hospitales provisionales.
Pensaba detenerme un solo día en Bayamo, pero las dos
jornadas tan penosas por lo largas y el agua y el fango del camino, y sobre
todo la del último día con el combate de cinco horas, no me aconsejaba moverme;
también tuve conocimiento de que José Maceo había llegado a Cuba con mil quinientos
hombres y se debía incorporar a su hermano y que todo el paisanaje útil de
Bayamo, Jiguaní y Baire se reconcentraban por orden de Maceo con objeto de
ayudarle; es decir, que me encontraba frente a unos seis mil hombres armados.
Decidí quedarme y enviar mensajeros para que de Holguín y Cuba salgan dos
brigadas de más de mil quinientos hombres, para operar combinadamente y
procurar deshacer este gran núcleo.
Las bajas que tuve en el expresado combate han sido el
general Santocildes y tres oficiales muertos; el teniente coronel Vaquero y
tres oficiales más heridos, veintiuno de tropa muertos y ochenta y nueve
heridos.
Réstame tan sólo a V.E. que he quedado altamente complacido
del comportamiento de las fuerzas todas, y muy especialmente de los que pude
observar, como los tenientes coroneles Vaquero, San Martín y Escario;
comandante Andino; del médico de Isabel la Católica D. Marcial Martínez
Capdevila, que con el del cuartel general D. Eduardo Semprún, que tuvo el
caballo muerto de dos heridas montándolo a mi lado, curaron los heridos con
serenidad; de mi cuartel general que estuvo constantemente a caballo yendo a
llevar órdenes desde el principio del combate y los primeros tenientes de
Isabel la Católica don Alfonso Sánchez Osorio y D. Hilarión Martínez Santos;
capitán D. Francisco Barbón Fernández, y primeros tenientes D. Pedro Carratalá
Mantilla y D. Francisco Sánchez Ortega; y del batallón de Baza el capitán D.
Luis Robles Guardabrazo; primer teniente D. Carlos Tuero y O’Donell, y segundo
teniente D. Ricardo Boria Linares, y el capitán de la guerrilla montada
teniente coronel capitán retirado D. Enrique Travesi y capitán de la guerrilla
de Guisa exteniente coronel D. Salvador Benítez.
Lo que tengo el honor de manifestar a V.E. para su debido
conocimiento, no expresando las bajas del
enemigo porque los datos son muy contradictorios. Dios guarde a V.E. muchos
años.
Bayamo, julio 16 de 1895.- Excmo. Sr. Arsenio Martínez de
Campos.- Excmo. Sr. Ministro de la Guerra.”
El capitán general de la
isla de Cuba el 24 de julio pasado dijo a este ministerio lo siguiente:
“Ejército de operaciones
de Cuba.- E.M.G.- Excmo. Señor: Como continuación a mi parte del 16 del actual
debo manifestar a V.E. que el general Valdés acudió presuroso a Bayamo con una
columna inferior a la indicada por mí por no demorar su marcha en la
concentración de las fuerzas que debían seguirle, y a las cuales di orden de
que no siguieran ya su marcha, sino que por el contrario, volvieran a Holguín y
Tunas con objeto de proteger dichos puntos.
Expliqué a V.E. la
situación en que creía encontrarme; estaba equivocado: el enemigo, aunque hacía
circular multitud de baladronadas y proyectos que sólo tenían por objeto
despistarme tanto más cuanto que eran verosímiles, había quedado tan
quebrantado en Peralejo donde tuvo cerca de cuatrocientas bajas y había perdido
no sólo la ilusión de quedarse con la columna en aquel mal paso sino que
también se habían aterrado del valor del soldado y de mi movimiento primero de
avance y luego de flanco, reduciendo el combate a un solo frente, que los
“pacíficos” se volvieron a sus bohíos, y convencidos después de que mis bajas
no llegaban a ciento veinte, las partidas de este distrito volvieron
descorazonadas a sus guaridas habituales, y las de Guantánamo y parte de las de
Cuba y Holguín, medio sublevadas, no quisieron continuar aquí; lo que sí
hicieron fue establecer en todos los caminos que conducen a Bayamo partidas que
hacían llegar a aquella población las noticias exageradas que les convenía,
manteniéndome en la incertidumbre que es natural y propalando al exterior todas
las especies alarmantes que su imaginación y conveniencia les sugería. Maceo
los tachaba de cobardes y ellos acusaban a su vez a este de que los había
llevado al matadero. La división y el desconcierto no pueden ser mayores, y si
los pertinaces chubascos de la estación no dificultaran las marchas, hubiese
operado con las fuerzas reunidas en este distrito.
Todas estas noticias las
he ignorado y estaba muy lejos de presumirlas; antes por el contrario, creía
que el combate no me había sido favorable más que en el hecho de haber logrado avanzar sin haber perdido un palmo de
terreno, y sin haber retrocedido ante un enemigo tan superior en número y en
terreno en que se me había preparado una celada.
La recepción que me ha
hecho el pueblo de Manzanillo, tan frío e indiferente de ordinario, el
entusiasmo, no sólo de la columna mía, sino el de todas las venidas de fuera,
me ha indemnizado de las preocupaciones de estos días, y finalmente el
convencimiento que tengo de que he evitado una catástrofe, pues el plan de
Maceo lo he conocido ya por completo, y aseguro a V.E. que todo parecía
contribuir a que con éxito lo realizara. Consistía en caer sobre el convoy
escoltado por doscientos ochenta hombres que estaba en marcha de Cauto a Bayamo
conduciendo veinte mil raciones e igual número de cartuchos, empresa facilísima
para tan numerosas partidas; marchar al siguiente día contra Bayamo rodeando
los dos llamados fuertes con su escaso número de guarnición, y bajar a Manzanillo,
donde suponía que no había más cuatrocientos hombres, porque ignoraba la llegada del batallón de
Isabel la Católica, y mientras tanto bloquear Jiguaní, Baire, Guisa y las
Ventas. La noticia de mi llegada a Manzanillo y de mi propósito de ir a Bayamo,
les hizo pensar en que yo era mejor presa, y que después de muerto yo, podrían
realizar su proyecto.
El general García
Navarro vino a Manzanillo desde Cuba con los batallones de Cuba y el de
Valladolid; el coronel Aldaye desde Ciego de Avila con el segundo batallón de
Alfonso XIII, dos compañías de Tarragona, dos escuadrones y cuatro compañías de
Andalucía que recogió en Santa Cruz.
De estas fuerzas tomó el
mando el general Lachambre y salió para Bayamo tomando el camino que yo había
seguido; pero como yo volvía por el de Jucaibama no nos encontramos,
retrocediendo tan pronto como supo mi salida para Manzanillo. El general
Valdés, que vino de Holguín con dos batallones de la Habana, me acompañó hasta
Veguitas, donde se halla detenido hoy para proveerse de calzado y mañana vuelve
a Holguín.
La columna de Manzanillo
vuelve a Bayamo y Cauto para racionar Bayamo y todos los destacamentos de la
jurisdicción con el convoy fluvial que sale el 26 de Manzanillo.
Si pudiera operar, desde
luego la ventaja sería mayor, pero necesito por lo menos veinte días para
racionar, y aunque ahora llueve mucho, son chubascos diarios que duran poco y a
pesar de que inutilizan los caminos pueden considerarse como lloviznas,
comparados con los grandes temporales de mediados de Agosto hasta fines de
Septiembre en que casi no se pueden pasar los arroyos y mucho menos los ríos.
Réstame tan sólo
manifestar a V.E. que, aunque acostumbrado a verlo, la resignación del soldado,
su disciplina y su moral, excede a toda ponderación.
Es conmovedor verlos
caminar cuatro jornadas con barro hasta el tobillo, sin calzado, que se queda
clavado o deshecho en el camino, la tercera parte del tiempo con agua hasta la
rodilla, y en los pasos de arroyos y ríos por encima de la cintura, y
flaqueando penosamente por los bosques; no creo que en ejército alguno existan
tales virtudes; podrá ser mayor su instrucción, superior su espíritu militar,
pero soldado como el nuestro, que a veces pasa cuatro días comiendo carne sin
sal y bebiendo barro por agua, no lo hay en ninguna nación, y al poner de
manifiesto a V.E. esas virtudes, creo llenar un deber de reconocimiento y
admiración a ese soldado, y a V.E. como jefe superior del ejército
proporcionarle una gran satisfacción.
Dios guarde a V.E.
muchos años.- Manzanillo 24 de julio de 1895.- Excmo. Sr. Arsenio Martínez de
Campos.- Excmo. Sr. Ministro de la Guerra.”
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