viernes, junio 05, 2009

Diles que no me maten.


Recuerdo las palabras de Rudyard Kippling: “No te pido, Dios, que me dejes vivir mi propia vida, sino que me dejes morir mi propia muerte” A mi modo de ver, Kippling quiso sintetizar el concepto de Nietszche de que el hombre es un puente y no una meta; un proceso y no un evento. No una película americana, por cierto, donde los desenlaces, por regla general, malogran el drama inicial. ¿Dónde radica la aceptación de cada individuo, de un Juez que dicte la suerte de su vida y muerte? No en conceptos divinos, seguramente. No en el mundo civilizado allá afuera, afortunadamente. En USA, bueno, hay cosas curiosas al respecto. Un Juez de la Corte Suprema que cite al Nuevo Testamento en el sentido de que el gobierno deriva su autoridad moral de ejercer su ira con la espada, directamente de Dios y no hablando de enemigos externos sino del propio ciudadano, no es un juez muy justo que digamos. Si a eso se suma el hecho de que considera al crimen como un fenómeno de la expresión del mal en cada individuo y no con raíces sociales como piensa Ortega y Gasset con la mayoría de los filósofos que todos aceptamos en el mundo de hoy día, no podemos estar muy tranquilos que digamos. Dice este señor que, por lo que llevo dicho cualquiera sabe que me refiero a Antonin Scalia, respecto a si los puntos de vista religiosos deben jugar algún papel en los procesos político y legislativo, que sí, que siempre ha sido así en este país. Y de hecho lo ha demostrado recientemente, con su voto en el Supremo autorizando el sistema de vales para escuelas religiosas. Y sin embargo expresa: “No creo que ninguno de mis puntos de vista religiosos tenga algo que ver con mi trabajo de juez” Cree este juez que la razón por la cual USA no está mayormente por la abolición de la pena de muerte, como sí lo está la Europa postcristiana (gracias a Dios), es porque este pueblo va a la iglesia y que mientras más cristiana es una nación, menos considera que sea inmoral la pena de muerte. Que para el creyente cristiano la muerte no es gran cosa y los que se oponen a ese castigo, incluyendo al Papa, demuestran la influencia de Napoleón, Hegel y Freud. Dice el Juez que la pena capital no es un castigo cruel, aún si no se admiten las atenuantes como quiere que se admitan la Corte. Que no tiene autoridad la Corte para desear que los jurados consideren las evidencias atenuantes y la clemencia o para creer que sea buena idea no tener penas de muerte obligatorias. También expresa que aquel juez para el cual la pena de muerte sea inmoral, debe renunciar, “en vez de olvidarse de leyes constitucionales y sabotear la pena de muerte. He llegado a esa conclusión y estoy muy feliz, pues me gusta mi trabajo”. La fórmula del justo juez para Scalia es simple; si matas, te mato. Dice que de este modo no habría los problemas que ahora vemos; que si matas a un negro, que si matas a un blanco…Yo no sé usted, pero a mí me llama la atención que sólo negros sean muertos por policías blancos y no al contrario. Si aplicamos la fórmula al Sida, se debería de matar a todos los portadores del virus para que no infecten a otros, o ¿por qué no se dedica todo el esfuerzo y capital necesario para descubrir una cura? También habría que matar a los locos que maten… Pues, precisamente en Junio 20, la Corte Suprema votó 6-3 por declarar inconstitucional, violatorio de la Octava Enmienda en su prohibición del castigo cruel e inusual, la ejecución de los retardados mentales. Esto desató la ira de tres jueces de tendencia derechista, de participación decisiva en la elección de Bush; Antonin Scalia, Clarence Thomas y William Rehnquist. Los tres disidentes acusan a la mayoría de buscar apoyo en la opinión nacional e internacional abolicionista. Sostienen que la aplicación pena capital tiene que ver más con el crimen que con el estado mental del criminal.

No hay comentarios: