viernes, junio 05, 2009

La noche en que se me paró el corazón.

Supe que no estaba soñando porque era capaz de apreciar el tiempo real; miré más de una vez el reloj y estimé los minutos que discurrían en mi azoro, aterrado ante la eventualidad de abandonar el dominio de la vida así de fácil. En algún momento he oído decir que el toque de tambores de los nativo-norteamericanos representa el ritmo cardíaco y ciertamente lo considero reiterativo hasta el aburrimiento; pero ahora sé que la sensación de no tener esos latidos es algo angustioso. Uno dice; vamos a ver: si soy capaz de moverme es porque el cerebelo todavía es capaz de controlar sus actividades sico-motoras. Y para mi sorpresa me demostré que me levantaba y caminaba sin dificultad. No sé por qué me figuraba que me iría de lado.
No es miedo a la muerte, no se puede temer a lo desconocido. El que teme a lo desconocido es porque en sus tribulaciones actuales proyecta sus circunstancias hacia una abstracción muy particular: por muchas variables que pueda visualizar; sus riquezas, sus amigos y familiares, sus relaciones afectivas, por mucho que crea poder trasladar una situación hacia otra, siempre se quedará corto. La realidad siempre es apabullantemente diferente a lo que nos imaginamos. No se pueden conocer posición y velocidad de una partícula en un momento dado: Principio de Incertidumbre de Heisenberg. Estoy persuadido de que somos simplemente partículas en relación con el Universo. ¿Cómo se reacomodarán millones de variables respecto a mi yo-partícula dentro de un instante? Bueno, de momento mi corazón no palpitaba y ya esto era bastante alarmante.
Me acosté de nuevo cuidando de que mi mujer no se despertara, sabiendo que ella no se despierta con los ruidos normales que un ser humano genera a medianoche. Su respiración en mi nuca esta vez no me provocó el eterno conflicto de quién-coño-inventaría el dormir juntas dos personas. Llevo muchos años tratando de convencerla de dormir separados porque me despierto cuando me tocan, pero eso no ha sido razón suficiente.
Apuesto a que nadie puede imaginar lo que significa tener el corazón detenido. Es creer que el poco oxígeno que debe quedarles a las células del cerebro explica que todavía tenga noción de mí mismo. Al menos eso dicen que nos diferencia de los animales; afirmación muy gratuita por cierto. Puede ser que la cadencia del corazón esté marcando el ritmo del Universo; astros y mareas, bosques y estampidas, crepúsculos y auroras. Cuando la gente exagera su auto-contemplación y se enreda en cavilaciones íntimas de recuerdos sensuales o ausencias destructivas, sin saberlo está dejando que su corazón abandone la armonía de la tierra.
Aquella noche yo estaba encerrado en mí mismo, huyendo de la jauría que lo persigue a uno allá afuera: religiones, instituciones, capital, costumbres, inseguridad.
Por fin me decido a actuar, venciendo el temor al ridículo, porque la respiración de mi mujer se parece a la de alguien consciente: Mujer, ¿Estás despierta? Sí, ¿qué pasa? ¡Que se me paró el corazón! ¿Cómo… a ver! Yo lo escucho bien, sólo un poco agitado…
Al menos eso era un signo de normalidad; mi mujer no le daba importancia al asunto. En cuestión de minutos roncaba apaciblemente.
Me venció el sueño o me cansé de luchar con la vigilia, en la eventualidad de que no volviera a despertar a la vida, tal como la conocemos, pues puede ser que algunos muertos anden por ahí creyendo que están vivos y sólo interactúan con los recuerdos de los seres con quienes estuvieron relacionados. Al abrir los ojos me toqué el pecho y sentí mi corazón palpitar nuevamente. Y lo celebré con gran alegría. Ahora me he prometido no encerrarme en la torre de marfil del individualismo nunca más.

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