Esta colonia, aunque con suma repugnancia
de la madre patria, gozó de algunos derechos políticos en tres intervalos que
corrieron de 1812 á 1836 pero desde entonces cayó de nuevo, y de una vez, bajo
el despotismo colonial. En la constitución promulgada en 1837, se ofreció gobernar
a Cuba por leyes especiales; y aunque hace más de once años que la nación,
congregada en cortes constituyentes, le hizo esta solemne promesa, a la hora en
que esto escribo, ni los gobernantes de Cuba tienen menos facultades, ni los
gobernados más derechos que en los tiempos de Carlos IV. Nada exagero al
afirmar que menos oprimidos vivían los cubanos bajo el cetro absoluto de los monarcas
de Castilla que en los días constitucionales de la reina Isabel II. Ellos pagaban
entonces menos contribuciones, relativamente a sus riquezas; de hecho gozaban
de cierta tolerancia y libertad, que hoy sería delito practicar; la persecución
política era desconocida, porque el gobierno era menos suspicaz; a pesar de que
hoy existen honrosas excepciones, la generalidad de los empleados, que de
España pasaban a aquel país, eran menos insolentes y corrompidos; ejercían los
cubanos en su propia tierra todos los empleos municipales y se les llamaba a la
carrera de las armas, a la magistratura,
y hasta al gobierno civil y militar de los pueblos. Pero hoy, la peor tacha que
para ocupar estos puestos se le puede poner a un cubano, es la de haber nacido
en Cuba ;
y si alguno por casualidad los alcanza, es a fuerza de paciencia, de empeños y
de dinero. El talento y la instrucción, la
honradez y el patriotismo, prendas tan estimadas en otros países, son en Cuba
un crimen imperdonable; y mientras la suerte de la patria está confiada a manos
torpes e impuras, los cubanos de buena ley, o arrastran su vida proscriptos
en tierras extranjeras, o para escapar
de la persecución tienen que buscar un refugio en la oscuridad o en el
silencio. Tal es la brillante posición que ocupa hoy el cubano en el suelo que
le vio nacer: tales las caricias con que le agasaja la mano paternal del gobierno. Yo he
observado en América y Europa que los criollos de las colonias de Francia y de
Inglaterra se glorian en llevar dictados de ingleses y franceses, y a mucha
honra tienen el identificarse con sus progenitores de sus respectivas
metrópolis. ¿Por qué, pues, no sucede lo mismo a los cubanos? Porque la ley
eterna que escribió Naturaleza en el corazón del hombre, prohíbe que amemos al tirano que
nos oprime, aunque sea nuestro propio padre.
Lástima da oír los motivos que se alegan
para gobernar a Cuba
despóticamente. Afirman, en primer lugar, que la libertad concedida a las
colonias del
continente por la constitución de 1812, fue el origen de la independencia.
Absurdo mayor difícilmente se puede cometer. La idea de la independencia se
puede decir que empezó con la conquista, y así lo comprueban los recelos y
desconfianza del
gobierno contra Colón y Cortés; las
ambiciones personales de los jefes que en ellas mandaban, y las guerras civiles del Perú. Gritos de
independencia resonaron en el siglo XVIII; independencia era el noble
sentimiento que ardía en el pecho de los americanos desde las márgenes del San Lorenzo hasta el
estrecho de Magallanes. ¡Por independencia debían suspirar tantos pueblos
esclavizados!
Véanse aquí trazadas en compendio las
causas verdaderas de la independencia de las colonias españolas. Lo único que
les faltaba para realizar sus deseos era una coyuntura favorable, y esta se les
presentó con la invasión de España por las tropas francesas en 1808. Así fue,
que desde entonces se empezó a descomponer el edificio gótico colonial, y
algunas de las columnas que lo sustentaban se desplomaron, incluso antes de
haberse publicado la constitución de 1842. Lo admirable es, que tan inmensos países,
tan arbitrariamente gobernados, y tan distantes de Europa, hubiesen permanecido
encadenados hasta el siglo XX a una metrópoli tan decadente como España. Y ya
que esta nación desventurada, en medio de las tormentas que la sacuden, lucha
por regenerarse, procure afianzar su poder en Cuba bajo los principios
conciliadores de una libertad racional. La independencia de aquella isla es un
acontecimiento muy improbable; y tanto más improbable, cuanto más justo y
templado sea el gobierno que la dirija. Tome España lecciones de los pueblos
que están más adelantados que ella. Vea cómo ni Inglaterra ni Francia han
temido conceder derechos políticos a sus colonos. Aquella perdió los Estados Unidos;
mas no por eso privó de libertad a las colonias que la gozaban, ni menos dejó
de dispensarla al Canadá, que carecía de ella, cuando lo ganó por conquista, a
pesar de su contacto inmediato con la república americana . Ese mismo Canadá se sublevó contra
su metrópoli en 1839; pero esta, después de haberlo subyugado, no apeló al
despotismo para gobernarlo, sino a las mismas libres instituciones que le había
concedido.
Pero Inglaterra, y esta es la segunda
razón que invocan para oprimirnos, Inglaterra es una nación poderosa, y puede
sujetar las colonias que se le alcen; más España, siendo débil, perdería las
que le quedan si renunciase al despotismo. Cabalmente de aquí se infiere todo
lo contrario; pues por lo mismo que Inglaterra es fuerte, podría abusar de su
poder esclavizando sus colonias, sin cuidarse del enojo que les causara; mas
España , que siente sus pocas fuerzas , debe ser mas moderada y circunspecta en
el ejercicio de su autoridad, pues en la hora del peligro cuenta con menos
recursos para someter los pueblos que su tiranía ha irritado.
Dicen, por último, que como
en Cuba
hay esclavos negros, no es dable que los blancos tengan libertad política. Hace
once años que examiné detenidamente esta materia en Examen analítico, publicado
en Madrid en
1837 y trabajo me cuesta resistir a la tentación de insertar aquí todas las
razones que expuse entonces; pero omitiéndolas, en gracia de la brevedad, me
contentaré con transcribir lo relativo a las Antillas inglesas:
"Pero estrechemos más las distancias
y pasemos a considerar las colonias inglesas en el mismo archipiélago de las
Antillas. Regidas están por un gobierno liberal y en casi todas se congrega
anualmente una asamblea legislativa nombrada por el pueblo, sin que la gente de
color haya tomado nunca parte en su formación. La prensa no está sujeta a
trabas ni censura; y no solo es libre como
en Inglaterra, sino que está exenta de ciertas cargas que sufre en la
metrópoli. Para hacer más patente el punto que
estoy demostrando, muy importante será enumerar la población blanca y de color
de esas colonias, pues así aparecerá la enorme diferencia que hay entre ellas y
Cuba y Puerto-Rico. Y como
el establecimiento de las asambleas anglocoloniales no es de fecha reciente,
daré más fuerza á mis razones, citando siempre que pueda, no los últimos censos
de esas islas, sino otros formados en años anteriores.
Isla
|
Año
|
Blancos
|
De Color
|
Proporción
|
|
1817
|
35000
|
375000
|
0.09
|
|
1774
1828
|
1590
1980
|
37808
33905
|
0.04
0.06
|
|
1805
1830
|
900
450
|
15883
13719
|
0.06
0.03
|
|
1786
1832
|
16467
12800
|
62753
88084
|
0.3
0.1
|
|
1826
|
1610
|
21881
|
0.07
|
|
1834
|
4500
|
12000
|
0.4
|
|
1788
1831
|
1236
840
|
15412
20000
|
0.08
0.04
|
Monserrate
|
1791
1828
|
1300
315
|
10000
7065
|
0.1
0.04
|
San Vicente
|
1812
1825
|
1053
1301
|
26402
26604
|
0.04
0.05
|
|
1827
|
834
|
28334
|
0.03
|
El estado que precede demuestra
evidentemente que las colonias inglesas, teniendo una población de color que,
comparada con los blancos es muchísimo más numerosa que la de Cuba y Puerto Rico,
gozan sin embargo de las ventajas de un gobierno liberal. Y cuando este
espectáculo hiere incesantemente todos nuestros sentidos, ¿qué razones se
podrán alegar para que en las provincias hispanoultramarinas no se establezcan
instituciones semejantes?»
España, oprimiendo a sus colonias, ha
perdido un continente. Ensaye ahora para los restos preciosos que le quedan un
nuevo modo de gobierno, el único compatible con sus actuales instituciones y
con las urgentes necesidades de Cuba .
La libertad que a esta se conceda, en vez de relajar los vínculos que la ligan
con su metrópoli, servirá para apretarlos, pues reparando injusticias y
agravios envejecidos, desarmará la cólera secreta de un pueblo que hoy gime
encadenado. Engañan al gobierno los que le dicen que ese pueblo está contento.
Por mal que suene mi voz a sus oídos, le importa mucho escucharla pues, exenta
de todo temor y de toda esperanza, le habla francamente la verdad. Si en el
mundo hay alguna colonia que no tenga simpatías con su metrópoli, Cuba es esa
colonia. Créame el gobierno, porque soy cubano y porque además de ser cubano sé
cómo piensa mi país. Hay tiempo todavía de ganarse el corazón de aquellos
moradores; pero esto no se consigue con bayonetas, proscripciones ni patíbulos.
Comience una nueva era para todos; cese la mortal desconfianza con que se mira a
los cubanos; dénseles derechos políticos; ábranseles libremente todas las carreras
y fórmese una legislatura colonial para que ellos tomen parte en los negocios
de su patria; pero si en vez de este camino, sigue el gobierno la marcha
tortuosa que lleva hasta aquí, tenga por cierto que el descontento crecerá y día
podrá llegar en que, pospuestos los intereses materiales, único dique que al
presente contiene los justos deseos de libertad, estalle una revolución que,
sea cual fuere el resultado para Cuba, para España será siempre funesto.
Vivimos en una época de grandes acontecimientos y nadie puede pronosticar hasta
dónde llegarán las cosas si España se hallase envuelta en una guerra europea o
despedazada por la anarquía. La palabra anexión empieza a repetirse en Cuba; el
extraordinario engrandecimiento de los Estados Unidos y la plácida libertad de
que gozan, son un imán poderoso a los ojos de un pueblo esclavizado; y si
España no quiere que los cubanos fijen la vista en las refulgentes estrellas de
la constelación norteamericana, dé pruebas de entendida, haciendo brillar sobre
Cuba el sol de la libertad.