viernes, septiembre 28, 2018

Saco y la anexión (V)

Esta colonia, aunque con suma repugnancia de la madre patria, gozó de algunos derechos políticos en tres intervalos que corrieron de 1812 á 1836 pero desde entonces cayó de nuevo, y de una vez, bajo el despotismo colonial. En la constitución promulgada en 1837, se ofreció gobernar a Cuba por leyes especiales; y aunque hace más de once años que la nación, congregada en cortes constituyentes, le hizo esta solemne promesa, a la hora en que esto escribo, ni los gobernantes de Cuba tienen menos facultades, ni los gobernados más derechos que en los tiempos de Carlos IV. Nada exagero al afirmar que menos oprimidos vivían los cubanos bajo el cetro absoluto de los monarcas de Castilla que en los días constitucionales de la reina Isabel II. Ellos pagaban entonces menos contribuciones, relativamente a sus riquezas; de hecho gozaban de cierta tolerancia y libertad, que hoy sería delito practicar; la persecución política era desconocida, porque el gobierno era menos suspicaz; a pesar de que hoy existen honrosas excepciones, la generalidad de los empleados, que de España pasaban a aquel país, eran menos insolentes y corrompidos; ejercían los cubanos en su propia tierra todos los empleos municipales y se les llamaba a la carrera  de las armas, a la magistratura, y hasta al gobierno civil y militar de los pueblos. Pero hoy, la peor tacha que para ocupar estos puestos se le puede poner a un cubano, es la de haber nacido en Cuba; y si alguno por casualidad los alcanza, es a fuerza de paciencia, de empeños y de  dinero. El talento y la instrucción, la honradez y el patriotismo, prendas tan estimadas en otros países, son en Cuba un crimen imperdonable; y mientras la suerte de la patria está confiada a manos torpes e impuras, los cubanos de buena ley, o arrastran su vida proscriptos en  tierras extranjeras, o para escapar de la persecución tienen que buscar un refugio en la oscuridad o en el silencio. Tal es la brillante posición que ocupa hoy el cubano en el suelo que le vio nacer: tales las caricias con que le agasaja la mano paternal del gobierno. Yo he observado en América y Europa que los criollos de las colonias de Francia y de Inglaterra se glorian en llevar dictados de ingleses y franceses, y a mucha honra tienen el identificarse con sus progenitores de sus respectivas metrópolis. ¿Por qué, pues, no sucede lo mismo a los cubanos? Porque la ley eterna que escribió Naturaleza en el corazón del hombre, prohíbe que amemos al tirano que nos oprime, aunque sea nuestro propio padre.
Lástima da oír los motivos que se alegan para gobernar a Cuba despóticamente. Afirman, en primer lugar, que la libertad concedida a las colonias del continente por la constitución de 1812, fue el origen de la independencia. Absurdo mayor difícilmente se puede cometer. La idea de la independencia se puede decir que empezó con la conquista, y así lo comprueban los recelos y desconfianza del gobierno contra Colón y  Cortés; las ambiciones personales de los jefes que en ellas mandaban,  y las guerras civiles del Perú. Gritos de independencia resonaron en el siglo XVIII; independencia era el noble sentimiento que ardía en el pecho de los americanos desde las márgenes del San Lorenzo hasta el estrecho de Magallanes. ¡Por independencia debían suspirar tantos pueblos esclavizados!
Véanse aquí trazadas en compendio las causas verdaderas de la independencia de las colonias españolas. Lo único que les faltaba para realizar sus deseos era una coyuntura favorable, y esta se les presentó con la invasión de España por las tropas francesas en 1808. Así fue, que desde entonces se empezó a descomponer el edificio gótico colonial, y algunas de las columnas que lo sustentaban se desplomaron, incluso antes de haberse publicado la constitución de 1842. Lo admirable es, que tan inmensos países, tan arbitrariamente gobernados, y tan distantes de Europa, hubiesen permanecido encadenados hasta el siglo XX a una metrópoli tan decadente como España. Y ya que esta nación desventurada, en medio de las tormentas que la sacuden, lucha por regenerarse, procure afianzar su poder en Cuba bajo los principios conciliadores de una libertad racional. La independencia de aquella isla es un acontecimiento muy improbable; y tanto más improbable, cuanto más justo y templado sea el gobierno que la dirija. Tome España lecciones de los pueblos que están más adelantados que ella. Vea cómo ni Inglaterra ni Francia han temido conceder derechos políticos a sus colonos. Aquella perdió los Estados Unidos; mas no por eso privó de libertad a las colonias que la gozaban, ni menos dejó de dispensarla al Canadá, que carecía de ella, cuando lo ganó por conquista, a pesar de su contacto inmediato con la república americana. Ese mismo Canadá se sublevó contra su metrópoli en 1839; pero esta, después de haberlo subyugado, no apeló al despotismo para gobernarlo, sino a las mismas libres instituciones que le había concedido.
Pero Inglaterra, y esta es la segunda razón que invocan para oprimirnos, Inglaterra es una nación poderosa, y puede sujetar las colonias que se le alcen; más España, siendo débil, perdería las que le quedan si renunciase al despotismo. Cabalmente de aquí se infiere todo lo contrario; pues por lo mismo que Inglaterra es fuerte, podría abusar de su poder esclavizando sus colonias, sin cuidarse del enojo que les causara; mas España , que siente sus pocas fuerzas , debe ser mas moderada y circunspecta en el ejercicio de su autoridad, pues en la hora del peligro cuenta con menos recursos para someter los pueblos que su tiranía ha irritado.
Dicen, por último, que como en Cuba hay esclavos negros, no es dable que los blancos tengan libertad política. Hace once años que examiné detenidamente esta materia en Examen analítico, publicado en Madrid en 1837 y trabajo me cuesta resistir a la tentación de insertar aquí todas las razones que expuse entonces; pero omitiéndolas, en gracia de la brevedad, me contentaré con transcribir lo relativo a las Antillas inglesas:
"Pero estrechemos más las distancias y pasemos a considerar las colonias inglesas en el mismo archipiélago de las Antillas. Regidas están por un gobierno liberal y en casi todas se congrega anualmente una asamblea legislativa nombrada por el pueblo, sin que la gente de color haya tomado nunca parte en su formación. La prensa no está sujeta a trabas ni censura; y no solo es libre como en Inglaterra, sino que está exenta de ciertas cargas que sufre en la metrópoli. Para hacer más patente el punto que estoy demostrando, muy importante será enumerar la población blanca y de color de esas colonias, pues así aparecerá la enorme diferencia que hay entre ellas y Cuba y Puerto-Rico. Y como el establecimiento de las asambleas anglocoloniales no es de fecha reciente, daré más fuerza á mis razones, citando siempre que pueda, no los últimos censos de esas islas, sino otros formados en años anteriores.

Isla
Año
Blancos
De Color
Proporción
Jamaica
1817
35000
375000
0.09
Antigua
1774
1828
1590
1980
37808
33905
0.04
0.06
Tobago
1805
1830
900
450
15883
13719
0.06
0.03
Barbados
1786
1832
16467
12800
62753
88084
0.3
0.1
San Cristóbal
1826
1610
21881
0.07
Bahamas
1834
4500
12000
0.4
Dominica
1788
1831
1236
840
15412
20000
0.08
0.04
Monserrate
1791
1828
1300
315
10000
7065
0.1
0.04
San Vicente
1812
1825
1053
1301
26402
26604
0.04
0.05
Granada
1827
834
28334
0.03

El estado que precede demuestra evidentemente que las colonias inglesas, teniendo una población de color que, comparada con los blancos es muchísimo más numerosa que la de Cuba y Puerto Rico, gozan sin embargo de las ventajas de un gobierno liberal. Y cuando este espectáculo hiere incesantemente todos nuestros sentidos, ¿qué razones se podrán alegar para que en las provincias hispanoultramarinas no se establezcan instituciones semejantes?»
España, oprimiendo a sus colonias, ha perdido un continente. Ensaye ahora para los restos preciosos que le quedan un nuevo modo de gobierno, el único compatible con sus actuales instituciones y con las urgentes necesidades de Cuba. La libertad que a esta se conceda, en vez de relajar los vínculos que la ligan con su metrópoli, servirá para apretarlos, pues reparando injusticias y agravios envejecidos, desarmará la cólera secreta de un pueblo que hoy gime encadenado. Engañan al gobierno los que le dicen que ese pueblo está contento. Por mal que suene mi voz a sus oídos, le importa mucho escucharla pues, exenta de todo temor y de toda esperanza, le habla francamente la verdad. Si en el mundo hay alguna colonia que no tenga simpatías con su metrópoli, Cuba es esa colonia. Créame el gobierno, porque soy cubano y porque además de ser cubano sé cómo piensa mi país. Hay tiempo todavía de ganarse el corazón de aquellos moradores; pero esto no se consigue con bayonetas, proscripciones ni patíbulos. Comience una nueva era para todos; cese la mortal desconfianza con que se mira a los cubanos; dénseles derechos políticos; ábranseles libremente todas las carreras y fórmese una legislatura colonial para que ellos tomen parte en los negocios de su patria; pero si en vez de este camino, sigue el gobierno la marcha tortuosa que lleva hasta aquí, tenga por cierto que el descontento crecerá y día podrá llegar en que, pospuestos los intereses materiales, único dique que al presente contiene los justos deseos de libertad, estalle una revolución que, sea cual fuere el resultado para Cuba, para España será siempre funesto. Vivimos en una época de grandes acontecimientos y nadie puede pronosticar hasta dónde llegarán las cosas si España se hallase envuelta en una guerra europea o despedazada por la anarquía. La palabra anexión empieza a repetirse en Cuba; el extraordinario engrandecimiento de los Estados Unidos y la plácida libertad de que gozan, son un imán poderoso a los ojos de un pueblo esclavizado; y si España no quiere que los cubanos fijen la vista en las refulgentes estrellas de la constelación norteamericana, dé pruebas de entendida, haciendo brillar sobre Cuba el sol de la libertad.

Paris, 1.º de noviembre de 1848.

sábado, septiembre 22, 2018

Saco y la anexión (IV)

Nadie me negará que es muy posible una guerra entre los Estados Unidos y la Gran Bretaña, y muy posible la hace la política belicosa de un partido que desea expulsarla del septentrión de la América. Crece esta posibilidad, si en las próximas elecciones para la presidencia de la república llega a subir al poder el general Cass. En estas circunstancias, ¿cuál sería la suerte de Cuba si, incorporada en los Estados Unidos, se rompiesen las hostilidades entre las dos potencias? Dominando Inglaterra los mares con sus escuadras formidables, bloquearía nuestros puertos; impediría los socorros que pudiera darnos la confederación; nuestros frutos no podrían exportarse y, para colmo de infortunio, echaría sobre nuestras costas un ejército de negros, más temibles por sus simpatías y sus ideas que por sus bayonetas y cañones. Cuba pues, perecería, y perecería asida a la bandera que habría enarbolado como símbolo de salvación.
Pero ni salvación muy segura me parece que habría para la conservación de la esclavitud, aun en medio de la paz. No negaré que la agricultura cubana tomaría, con la anexión, un vuelo prodigioso; pero este vuelo sería debido en mucha parte a los esclavos procedentes de los criaderos americanos; y lo que tan ventajoso fuera para la prosperidad material de Cuba, complicaría su posición política y social. La raya que separa los estados del Norte de los del Sur, va ahondándose cada día. La cuestión de la esclavitud se está debatiendo hoy en ellos con más vehemencia que nunca y la fogosa polémica de la prensa, sostenida por oradores entusiastas en las juntas públicas que se celebran, hacen ya palpitar las entrañas de la república. Si Cuba formase hoy parte de ella, estaría incomparablemente más inquieta que al presente, y hasta quizás se vería obligada a tomar violentas precauciones para impedir que en ella cundiese el contagio de la propaganda. Acaso no dista mucho el día en que los estados del Norte fulminen su anatema contra las regiones del Sur: su separación será entonces inevitable y Cuba, arrastrada por la necesidad de conservar sus esclavos, seguiría la suerte de la nueva nación que al Sur se formará. Entrando en ella, no solo echará de menos en su nueva alianza todo aquel grado de fuerza y protección que fue a buscar en los brazos de la disuelta confederación, sino que quedaría reunida a la parte de ella menos civilizada, menos industriosa, y por desgracia compuesta de distintas razas, tanto más antipáticas, cuanto una de ellas es blanca y dominadora y otra negra y esclava.
Los pueblos de la antigüedad pudieron vivir muchos siglos, rodeados de la esclavitud; pero las modernas sociedades de América, que llevan en su seno esta gangrena, estando constituidas sobre bases muy diferentes, preciso es que sufran las consecuencias de su viciosa organización, o que se atemperen a los principios dominantes de nuestra edad. ¿Y me permitirán mis compatricios que les hable aquí con toda franqueza; se indignarán contra mí, lo mismo que en años pasados, cuando hablé sobre los peligros del comercio de esclavos; las lecciones de la experiencia, no los habrán hecho más tolerantes y previsores; conjurarán la tempestad, apartando la vista de la nube o enmudeciendo a su aspecto? No se me tache pues, de abolicionista, porque no lo soy: yo no soy más que un mensajero del tiempo, un mensajero pacífico del siglo XIX, que es el único abolicionista. Las voces penetrantes que resuenan en Europa y que incesantemente atraviesan los mares; el clamor continuo que baja del septentrión de la América y los ejemplos irresistibles que ofrecen las Antillas extranjeras y las repúblicas hispanoamericanas, anuncian a Cuba que su verdadera salvación y estabilidad consiste, no en injertarse en un tronco enfermo como el suyo, sino en arrojar el veneno que roe sus entrañas. Me dirán algunos que pienso así porque no tengo esclavos; pero por lo mismo que no los tengo, veo las cosas bajo un punto de vista más claro, pues ni me ciega el interés, ni me alucinan falsas esperanzas.
No propondré una marcha precipitada, como la de los ingleses y franceses, porque en nuestro estado, no solo es imposible, sino injusta, impolítica y desastrosa. La ley publicada en Colombia, en 1824, ha sabido conciliar, sin sacudimientos ni violencias, los grandes intereses  que juegan en esta delicada cuestión; y tomándola por base de nuestra reforma social, puede modificarse según las circunstancias; y una de las modificaciones que yo haría, si alguna parte tuviese en tan importante trabajo, sería la de dar otra patria a todos los nuevos libertos, pues harto crecido es ya el número de los que hay en nuestro suelo.
Llego a percibir que, al leer el párrafo anterior, muchos dirán que estoy abogando indirectamente por la independencia, pues, a no ser por los esclavos, hace mucho tiempo que los cubanos la habrían proclamado. Así lo cree el gobierno, y por eso ha escogido como piedra angular de su política en Cuba la esclavitud de los negros y el tráfico de ellos, que tan criminalmente ha protegido. De aquí la repugnancia a fomentar la población blanca y el empeño en introducir una nueva raza de Asia ó de América, para complicar más la situación. Este error, no menos funesto a la colonia que a la metrópoli, nace de haber identificado a Cuba con las posesiones del continente de América, cuando sus circunstancias son tan diversas; pues lo que fue en aquellas un suceso inevitable, en Cuba, aun sin esclavos, es sobremanera difícil. Las colonias continentales de España estaban asentadas en la vasta superficie que se extiende desde las Californias hasta la Patagonia, y desde las aguas del Atlántico, hasta las playas del Pacífico; mas Cuba solo ocupa un espacio muy pequeño en el mar de las Antillas.  La población de aquellas era muy superior en número a la de su metrópoli; mas la de Cuba, aparte de ser muy escasa, está compuesta en mucha parte de peninsulares. Defendían a aquellas de los ataques exteriores la inmensa distancia que las aparta de Europa, la dificultad de sus comunicaciones internas, la espesura de sus bosques y la fragosidad de sus montañas; mas Cuba dista menos de España, y menos todavía por los prodigios del vapor, apenas entonces conocidos: es de fácil acceso por todas sus costas y, en razón de su misma pequeñez, está cortada de caminos en casi todas sus direcciones. Propagado en aquellas el fuego de la insurrección, ¿cómo sujetar a un tiempo países tan inmensos y tan lejanos? Si todo el gran poder de Inglaterra no habría podido someterlos, ¿sería bastante para conseguirlo una nación empobrecida, sin ejércitos ni escuadras y que acababa de salir, tan postrada, de la sangrienta lucha con el capitán del siglo? Cuba sin embargo, por su corta extensión, tiene menos recursos para su defensa, pues, estrechado por la naturaleza el círculo de sus maniobras militares, puede el gobierno reconcentrar con ventaja en un solo punto todas las fuerzas de la nación, y cargar con ellas sobre una débil Antilla, abierta por todas partes a los golpes del enemigo.
Reflexione el gobierno que el mal que teme es menos grave que el que pretende evitar; pues aun en el caso de que sus temores pudieran realizarse en el largo transcurso de los tiempos, siempre le quedaría en Cuba una rama española y un buen mercado español. Reflexione que la raza africana es tan irreconciliable con los europeos como con los cubanos, y que si funesta puede ser para los unos, también puede serlo para los otros. Reflexione que así como él se apoya en los esclavos para evitar la independencia, otros pueden también servirse de ellos para conseguirla. Reflexione que son un gran embarazo en sus relaciones diplomáticas, y que si por desgracia tuviese que sostener una guerra con alguna potencia marítima, los esclavos serían los enemigos más formidables de Cuba. Reflexione que tarde o temprano llegará el día en que la esclavitud ha de sufrir profundas modificaciones; y que si poco a poco no las va preparando, podrá verse forzado a resolver de un golpe el problema, perdiendo entonces a Cuba por los mismos medios con que intentó preservarla. Reflexione, en fin, que si hay algún interés que pueda reunir los peninsulares a los cubanos para hacer la independencia, este interés es la esclavitud.
Unos y otros están muy inquietos por el temor de perderlos repentinamente. Sus temores crecen con los acontecimientos que pasan a su alrededor; y como el vacilante estado de la política de España no les inspira confianza, no sería extraño que, en un momento de conflicto, entendiéndose cubanos y europeos por la comunidad de intereses y peligros, o se declarasen independientes, o se pusiesen bajo el amparo de algún pueblo vecino. Así, vendría a suceder que la misma esclavitud en que el gobierno español se apoya para dominar a Cuba, fuese el instrumento escogido por la Providencia para castigar su pecado.
Si aquella isla se pierde por un levantamiento de los esclavos, o por una revolución anexionista, el gobierno español será el único responsable de cuantas desgracias puedan acaecer. A mí no me consta si en Cuba ha habido conspiración o conspiradores en favor de la anexión: lo que sí me consta es que reina en todos los cubanos un profundo descontento y un vehemente deseo de salir de la esclavitud política en que se hallan. Y no me vengan a citar en contra las serviles representaciones que allí se acaban de hacer, ofreciendo al trono vidas y haciendas en prueba de fidelidad. En los países despóticos, el pueblo no puede expresar su opinión, y en Cuba, donde no hay más voz ni voluntad que la de los hombres que mandan, y donde las firmas son arrancadas violentamente por el temor de la persecución, muy templada ha de ser el alma del cubano, a quien, presentándole uno de esos documentos, vergüenza de mi patria y de la historia, se resista a poner su nombre en ellos.
Por más que digan los parciales y aduladores, la isla de Cuba apenas es una sombra de lo que pudiera y debiera ser. Hasta la misma agricultura, que tanto nos ponderan, pues en ella consiste su riqueza, ¿no está todavía en su infancia, reducida a una esfera muy pequeña, y asentada exclusivamente sobre el deleznable cimiento de la esclavitud? Pero, incluso suponiendo que estuviese en el último grado de perfección, ¿piensa el gobierno que toda la felicidad de los cubanos debe estar cifrada en vender azúcar, café y tabaco, en pasearse en un carruaje por las tardes y en divertirse en bailes y teatros? Los pueblos, al paso que adelantan en civilización, van adquiriendo nuevas necesidades, y los que antes vivieran contentos con solos los goces físicos, ya hoy tienen exigencias intelectuales, políticas y morales que satisfacer. La sabiduría de un buen gobierno consiste en observar atentamente estos progresos sociales, para poner en armonía con ellos las instituciones; pues resistir ciegamente, permaneciendo en la inmovilidad, es provocar una revolución. Cuba se va acercando ya al punto crítico en que la cultura de sus moradores y, lo que es más alarmante todavía, la injusticia y los ultrajes que están sufriendo sus hijos, hacen imperiosa en ella una reforma política. Americanos isleños y continentales, han sentido en todos tiempos el cruel azote de su metrópoli; pero mientras esta no tenía instituciones liberales, cabía en la apariencia la disculpa de que los españoles corrían igual suerte en todas las Españas. Mas hoy ¿qué excusa podrá alegar el gobierno en justificación de la bastarda política que sigue en Cuba?

viernes, septiembre 21, 2018

Saco y la anexión (III)

Ella, pues, abierta o solapadamente, según creyera que mejor cumplía a los fines de su política, se mezclaría en la contienda y sus parciales en Cuba serían más numerosos que los de la república americana; pues esta, a lo más, solo contaría con los cubanos; mas aquella reuniría en torno suyo a los peninsulares, porque defendería los intereses de España, y a todos los individuos de raza africana, porque estos saben que ella hace a los esclavos libres, y a los libres ciudadanos, mientras los Estados Unidos mantienen a los suyos en dura esclavitud. ¿No proporcionaría recursos a España para  que continuase la guerra; no le permitiría que en Jamaica y en sus  otras islas vecinas reclutase soldados negros, que simpatizarían con los africanos de Cuba; y qué sería de esta infeliz Antilla, destrozada por la guerra civil y sometida a un tiempo a la perniciosa influencia de dos naciones rivales o enemigas? ¿Y triunfarían al cabo los Estados Unidos? Triunfen enhorabuena; pero su triunfo sería sobre las cenizas de la patria. Les quedaría el punto geográfico, pero sobre ese  punto se alzarían mas de seiscientos mil negros, bañados en la sangre  de sus señores y ofreciendo a los estados meridionales de aquella confederación un ejemplo terrible que imitar.
No hay país sobre la tierra donde un movimiento revolucionario sea más peligroso que en Cuba. En otras partes, siquiera con solo la probabilidad de triunfar, se pueden correr los azares de una revolución pues, por grandes que sean los padecimientos, siempre queda  el mismo pueblo; pero en Cuba, donde no hay otra alternativa que la  vida o la muerte, nunca debe intentarse una revolución sino cuando  su triunfo sea tan cierto como una demostración matemática. En nuestras actuales circunstancias, la revolución política va necesariamente acompañada de la revolución social y la revolución social es la ruina completa de la raza cubana. Sin duda que los oprimidos hijos de aquel suelo tienen muchos agravios que reclamar contra la tiranía metropolitana; pero por numerosos y graves que sean, los hombres previsores jamás deben provocar un levantamiento que, antes de mejorar nuestra condición, nos hundiría en las más espantosas calamidades. El patriotismo, el puro e ilustrado patriotismo, debe consistir en Cuba  no en desear imposibles, ni en precipitar al país en una revolución prematura, sino en sufrir con resignación y grandeza de ánimo los ultrajes de la fortuna, procurando siempre enderezar a buena parte los destinos de nuestra patria.
Ni en la presente situación de Cuba, ni en los extraordinarios acontecimientos que han perturbado a Europa en 1848, encuentro ningún motivo de los que se llaman vitales, que nos fuercen a buscar la anexión por medio de las armas. ¿Será que los cubanos consideran su suerte tan insoportable que, ciegos y desesperados, quieran entregarse a la venganza y a otras pasiones indignas de sus pechos generosos? Si tal hicieran, las consecuencias pesarían más sobre ellos que sobre los enemigos de quienes intentaran vengarse. ¿Se buscará la incorporación por temor de que España, en sus revueltas intestinas, mande libertar los esclavos? De las cinco razones que tengo para creer lo contrario, sólo apuntaré cuatro:
1ª.- Tal vez en el curso de los años España pensará lo mismo que Inglaterra, Francia y Dinamarca; pero hoy no está, ni en sus ideas ni en sus intereses, el abolir la esclavitud; y lo mismo piensan en cuanto a ella progresistas y moderados, que republicanos y absolutistas. Díganlo si no aquellos ingleses, que en sus correrías por Madrid, Barcelona y otras ciudades de la península, anduvieron regando la semilla abolicionista, y en todas partes se encontraron un terreno estéril é ingrato.
2ª.- De no haber sido por las continuas y enérgicas reclamaciones del gabinete inglés, todavía España estaría inundando á Cuba de esclavos africanos. En la cuestión negrera se observan dos períodos muy marcados: el de la supresión del tráfico y el de la emancipación. Aquel siempre precede a este; y si España apenas ha entrado en el primero, y eso a impulso de una fuerza exterior poderosa, ¿cómo se la podrá considerar tan adelantada, que ya esté en el último término del segundo?
3ª.- Pero aun cuando hubiese llegado a él, su propio interés le serviría de freno, pues ella conoce que la abolición en masa atacaría violentamente las propiedades de cubanos y europeos y que reuniéndose todos para defenderlas, no temerían declararse independientes.
4ª.- España sabe que los millones de pesos fuertes y los demás provechos y granjerías que saca anualmente de Cuba son producto del trabajo de los esclavos. ¿Cómo pues, en sus apuros pecuniarios cortará ella de un golpe el árbol frondoso que tan sazonados frutos le presenta?
¿Será la anexión para libertarnos de las tentativas de Inglaterra contra Cuba? En nuestra posición no debemos adormecernos con una vana confianza, ni tampoco exagerar los peligros. Cierto es que los hacendados de las Antillas británicas desearían que los de Cuba no fabricasen azúcar con más ventaja que ellos; cierto que el gobierno inglés se alegraría de que las ideas de su propaganda alcanzasen también a nuestra isla: ¿pero se infiere de aquí que él pretenda realizar sus deseos, apoderándose de Cuba ó destruyéndola? Nunca menos que ahora puede él emprender esta tremenda cruzada; y no lo digo con relación al estado en que se halla Europa; no lo digo porque el abatimiento en que han caído las Antillas británicas, a consecuencia de la emancipación repentina de sus esclavos ha entibiado algún tanto en Inglaterra el fervor de los abolicionistas y disminuido el número de sus prosélitos; lo digo, sí, porque esta nación sabe que, aun cuando España le vendiese a Cuba, los Estados Unidos se opondrían vigorosamente a que pasase a sus manos una isla, que no solo domina todas las aguas del golfo mexicano, sino parte de las costas orientales de aquella república. La esclavitud  misma de Cuba daría a Inglaterra algunos embarazos para su adquisición, porque en el acto que la poseyera, habría de proclamar la libertad, ora indemnizando a los amos el valor de los esclavos, ora sin indemnizarlos. Si no los indemniza, el descontento general de aquellos será tan grande que, considerándose arruinados, nada les impediría hacer una revolución que sería sumamente provechosa a los Estados Unidos. Si los indemniza, incluso a precios muy bajos, forzoso le será añadir al valor que pagaría por Cuba, la suma de muchos millones de pesos fuertes. ¿Y para qué tantos sacrificios? Para entrar inmediatamente en una guerra desastrosa con la confederación norteamericana. Tranquilicémonos, pues, y no temamos en vernos convertidos en súbditos ingleses. Nos ligan con la Gran Bretaña tratados solemnes sobre el tráfico de esclavos; cumplámoslos religiosamente y ella se abstendrá de ciertas aspiraciones que, llevando en sí el carácter de una intervención en nuestros asuntos domésticos, provocarían al punto la de los Estados Unidos. Estos, y no España; estos, no por nuestro bien, sino por su propio interés; estos son en nuestra situación actual el escudo más fuerte que nos cubre contra cualquier desleal tentativa del gobierno británico. Pero si nosotros, rompiendo imprudentemente este equilibrio conservador, llevamos a nuestro suelo el azote de la guerra, entonces aquel gabinete podrá realizar cuantas miras siniestras se le quieran suponer, ya que nosotros mismos le ofrecemos la ocasión mas favorable.
¿Harán los cubanos la anexión para libertar sus esclavos? Solo pensarlo es un delirio; y si lo pensasen por un trastorno completo de las leyes morales que rigen el corazón humano, no deberían empezar por encender en su patria una guerra asoladora, sino por ponerse de acuerdo con su metrópoli y ejecutar pacíficamente sus benéficas intenciones.
¿Será, al contrario, para reanimar el tráfico de esclavos, introduciéndolos, no de Africa, sino de los Estados Unidos? Esto, que a muchos parecerá un bien, yo lo tengo por un mal, como diré más adelante.
¿Será solo para mantener la esclavitud? Pero ¿quién trata de emancipar los esclavos? España no lo sueña y la Inglaterra ni tiene derecho para mezclarse en esta cuestión, que es peculiarmente nuestra, ni tampoco presenta una actitud amenazadora; y si la tomase encontraría las graves dificultades que acabo de manifestar. Es pues, evidente que haríamos la revolución por un temor imaginario. Y los que la hiciésemos, ¿cómo no advertimos que la guerra por la anexión sería el medio infalible de perder nuestros esclavos; y los conservaríamos, aun en el caso de reunirnos pacíficamente a la confederación americana? Acaso el porvenir no es tan brillante ni tan sólido como generalmente se cree, pues la incorporación no pone los esclavos de Cuba a cubierto de todas las eventualidades.


miércoles, septiembre 19, 2018

Saco y la anexión (II)

Si los españoles deploran, y en mi sentir con razón, el triunfo de los Estados Unidos en México, que ya no les pertenece ¿cómo podrían unirse a los que vienen a despojarlos de una propiedad que tanto estiman? No hay pues que contar con su apoyo ni siquiera con su neutralidad; y tengamos por cierto que, en cualquier tentativa armada por la anexión, los encontraremos en el campo enemigo. Pero yo he supuesto lo que no es. He supuesto que todos los cubanos desean y están dispuestos a pelear por la incorporación. Es muy fácil que los hombres se engañen tomando por opinión general la que sólo es del círculo en que se mueven; y yo creo que en este error incurrirían los que imaginasen que los cubanos piensan hoy de un mismo modo en punto a la anexión. En la Habana, Matanzas y otras ciudades marítimas, bien podrán existir en ciertas clases tales o cuales ideas; pero si consultamos el parecer de la población esparcida en otras partes conoceremos que todavía no ha penetrado en ella tanta filosofía. Si el país al que hubiésemos de agregarnos fuese del mismo origen que el nuestro, México, por ejemplo, suponiendo que este pueblo desventurado pudiese darnos la protección de que él mismo carece, entonces, por un impulso instintivo y tan rápido como el fluido eléctrico, los cubanos todos volverían los ojos a las regiones de Anahuac. Pero cuando se trata de una nación extranjera, y más extranjera que otras para la raza española, extraño fenómeno sería que la gente cubana en masa, rompiendo de un golpe con sus antiguas tradiciones, con la fuerza de sus hábitos y con el imperio de su religión y de su lengua, se arrojase a los brazos de la confederación norteamericana. Este fenómeno sólo podrá suceder, si, persistiendo el gobierno metropolitano en su conducta tiránica contra Cuba, los hijos de esta Antilla se ven forzados a buscar en otra parte la justicia y la libertad, que tan obstinadamente se les niega. Hasta en las ciudades de la isla donde más difundida pudiese estar la idea de la anexión, mirarían esta con repugnancia los que viven y medran contentos a la sombra de las instituciones actuales; los que, obligados a pasar por el nivel de la igualdad americana, perderían el rango que hoy ocupan en la jerarquía social; y si a ellos se junta el número de los indolentes, de los pacíficos y de los tímidos, resultará que el partido de la anexión no será muy formidable.¿Y esta fracción, que seguramente encontraría al frente suyo a otra más poderosa; esta fracción es la que podría salir vencedora en empresa tan arriesgada? Admitamos por un momento que ella llegase a triunfar. Se seguiría de aquí que, habiendo sido los cubanos bastante fuertes para sacudir por sí solos la dominación española, deberían constituirse en estado independiente, sin agregarse a ningún país de la Tierra. Así pensarían unos, pero otros estarían por la anexión; y esta divergencia de pareceres en punto tan esencial, enconaría las pasiones de los partidos y podría ocasionar grandes conflictos. Mas, concédase que todos los cubanos caminan de acuerdo y piden a una la anexión; todavía quedan pendientes otras dificultades muy graves. En la confederación americana, los estados del Norte, justamente alarmados de la preponderancia que van adquiriendo los del Sur, están resueltos a combatir la agregación a la república de nuevos estados de esclavos; y la reciente determinación que se acaba de tomar, prohibiendo la esclavitud en el Oregon, es un anuncio de los obstáculos que encontraría la incorporación de Cuba, pues no hay duda que con ella se rompería de una vez el equilibrio entre el Septentrión y el Mediodía.
Encarnizada sería la contienda entre partidos tan opuestos; y si cuando la cuestión se presentase no estuviese reunido el cuerpo legislativo americano, único juez competente para decidirla, sería menester aguardar a que de nuevo se juntase, quedando Cuba entretanto entregada a la más terrible incertidumbre y expuesta a los embates de los elementos internos y externos que podrían conjurarse contra ella. Reflexionemos, por otra parte, que la incorporación de Cuba en los Estados Unidos turbaría necesariamente las relaciones pacíficas entre ellos y España. Sabido es que allí hay un partido de la guerra, de la funesta escuela de Jackson; pero también hay otro, muy numeroso y muy respetable, de la paz y la lucha que se trabase entre los dos, bien podría conmover hasta los fundamentos de la república. No es, pues, tan fácil como se cree, aun suponiendo a Cuba triunfante, su agregación á los Estados Unidos. ¿Pretendemos, acaso, parodiar la anexión de Texas? Pero el caso es absolutamente desigual. Cuando Texas se alzó contra México, su población se componía de norteamericanos; no había potencias interesadas en agitarlo; carecía de negros y de esclavos y su independencia, no solo fue reconocida por los Estados Unidos, sino por Inglaterra y otras naciones. ¿Serían estas las circunstancias de Cuba, que para echarse en los brazos de la república americana, escoge el momento crítico de hacer su insurrección, sin aguardar a constituirse en gobierno independiente, ni a ser reconocida por otras potencias? Y si resultase, lo que nadie puede tener por imposible; si resultase que los Estados Unidos no quisiesen recibirnos como miembros de su gran familia, ¿qué sería entonces de Cuba cuando, en el concepto de los mismos anexionistas, ella no puede existir por sí sola? Forzosa consecuencia sería, o tender de nuevo el cuello al yugo español, o condenar la isla a una ruina inevitable.
Pero te engañas, me dirán; los Estados Unidos nos protegen y con su auxilio triunfaremos. La nueva fórmula con que ahora se presenta la cuestión, lejos de inspirarme confianza , aumenta mis temores. Si los auxilios son morales, se reducirán a buenos deseos, a vagos ofrecimientos, y a palabras pomposas que, alucinando a muchos, no salvarán a nadie en la hora del peligro. ¿Serán físicos los auxilios, únicos que pudieran ser eficaces en nuestra angustiada situación? Mas ¿quién los da; será aquel pueblo; será su gobierno? En los hábitos utilitarios y espíritu positivo de aquella república, no es probable que ella arriesgue su dinero en empresa tan aventurada. Me atrevo a asegurar que mientras sean cubanos los que dieren la cara, quedándose al paño los norteamericanos, toda su protección consistirá en la tolerancia de ciertos actos que, aunque reprobados por el derecho de gentes, no comprometan la paz entre ellos y España. Yo quisiera infundir mis ideas a todos mis compatricios; quisiera que desconfiasen de todas las promesas, aunque saliesen de la boca del mismo Presidente; y quisiera que ninguno se prestase incautamente, a pesar de la mejor intención, a ser juguete de planes e intrigas, que si se frustran, solo perjudicarán a Cuba y a sus hijos; y si se realizan, aprovecharán  a los que nada pierden ni arriesgan. A ser yo conspirador por la anexión, exigiría al gobierno de los Estados Unidos que, si realmente la desea, ya que Cuba por sí sola no puede conseguirla, empezase por preparar una escuadra y un ejército de veinte y cinco o treinta mil hombres y que el primer acto de su declaración de guerra contra España, fuese la invasión de Cuba. Este golpe atrevido, aunque en mi concepto arruinaría la isla, tendría al menos el mérito de la franqueza y del valor.
 Esta invasión es la suposición más favorable que puedo hacer para el triunfo de las ideas anexionistas. Pero ¿cuáles serían las consecuencias? Mucho se engañan los que piensan que el gobierno español se dejaría arrebatar la importantísima isla de Cuba sin una defensa desesperada. Mal calculan los que se fundan en la debilidad de España. Débil es acá en Europa en una guerra ofensiva; débil allá en América para reconquistar las posesiones que ha perdido; pero en Cuba es fuerte, y muy fuerte para arruinar a los cubanos y su fuerza principal estriba en los heterogéneos y peligrosos elementos de su población. ¿Por ventura está el gobierno de Cuba tan destituido de recursos que, dueño como es de toda ella, no pueda resistir por algún tiempo a los invasores; no cuenta con un ejército respetable y fiel a toda prueba, ya que todo se compone de españoles europeos; no armaría a miles a los peninsulares residentes en aquella isla y que, sin familia cubana que los ligue, servirían gustosos en la causa de la madre patria? Y, prolongada la lucha, no meses sino solo semanas, ¿qué brazo poderoso podrá impedir la destrucción de Cuba... para los cubanos? Empeñada la guerra, cualquiera de los dos partidos que flaquease, y sobre todo el español ¿no llamaría en su auxilio a nuestro más formidable enemigo; no lanzaría el grito mágico de libertad, reforzando sus legiones con nuestros propios esclavos? Y cuando esto sucediese, que infaliblemente sucedería ¿dónde está la ventura que encontrarían los cubanos, peleando por la anexión? Aun cuando ninguno de los partidos beligerantes llamase en su socorro auxiliares tan peligrosos, ellos no permanecerían tranquilos. Si hoy lo están, en medio de la ardiente atmósfera que respiran, debido es a la unión saludable en que viven todos los blancos; pero el día en que el trueno del cañón los separe, ese día podrán renovarse en Cuba los horrores de Santo Domingo. Se moverán allí los africanos por la fuerza de sus instintos; se moverán por los ejemplos que les ofrecen las Antillas extranjeras; se moverán por el fanatismo de las sectas abolicionistas, que no dejarán escapar la preciosa coyuntura que entonces se les presenta para consumar sus planes; se moverán, en fin, por los resortes de la política extranjera, que sabrá aprovecharse diestramente de nuestros errores y disensiones.
Bulle en muchas cabezas norteamericanas el pensamiento de apoderarse de todas las regiones septentrionales de América, hasta el istmo de Panamá. La invasión de Cuba por los Estados Unidos descubriría en ellos una ambición tan desenfrenada, que alarmaría a las naciones poseedoras de colonias en aquella parte del mundo. Yo no sé si todas ellas, sintiéndose amenazadas, harían causa común con España; pero Inglaterra, que es cabalmente la que más tiene que perder, miraría como una fatalidad que Cuba cayese, en todo su vigor y lozanía, bajo el poder de los Estados Unidos.

La Constitución Estatutaria.


Si la Constitución es por definición lo que delimita los poderes e instituciones de la organización política, con rango superior al resto de las leyes; el Partido Comunista de Cuba no puede estar por encima de ella. Si la soberanía de la República reside intransferiblemente en el pueblo, con todos y para el bien de todos, el único modo de salvar esta incongruencia desde el punto de vista del Derecho es; primero, que la militancia ciudadana en dicho partido sea directa, abierta y pública, como es dondequiera, y segundo, que se declare oficialmente el nuevo Misterio y dogma de la fe socialista de la Trinidad ideológica en Cuba: El Partido, la Constitución y la República son distintas y a la vez lo mismo.
Ese bodrio legal que le están dando al pueblo no representa ningún cambio hacia un estado de derecho.
Y allá van los borregos balando alegremente en asenso.
Bueno, no todos asienten alegremente; algunos le hacen el juego al prestidigitador mayor que les invita a dirimir el matrimonio histórico de mamá y papá y legalizar el de papá y papá y de mamá y mamá; discuten acaloradamente la bobería del orden de aparición de los artículos o la idoneidad del concepto de lo que debe limitarse: la riqueza o la propiedad. Vaya, desempolvar la ignominia del artículo 131 de la URSS. No es la riqueza ni la propiedad lo que debe limitarse, sino el privilegio, palabrita mágica de la que tanto abusó el mandante Jefe para matar la República. La plebe no tiene que debatir el privilegio de un funcionario de la nomenklatura, de un hijo de papá o de un intelectual revolucionario sino el de un luchador por cuenta propia; su tarea es defender la patria socialista, lo que coincide con la intención del que propone la ley, y además disfrutar del acto, que es el mayor honor designado para el cubano. Hay que admitir que los comunistas son buenos violentando la semántica léxica: ahora la dignidad plena del cubano significa no sólo vivir en afrentas y oprobios sumidos, sino sentirse honrado por eso; atesorar para sus hijos y nietos un socialismo prefabricado y un partido comunista ubicuo; andar como Heberto Padilla: "un paso al frente y dos o tres atrás: pero siempre aplaudiendo."
La nueva farsa legal, este flamante Fuero Juzgo del Eurico caribeño, tiene tantos huecos porque intenta mostrar "una reforma total" a la vez que garantiza "no cambiar ni un ápice de los aspectos fundamentales" de la ley actual. Ellos no quieren soltar el poder. Punto y aparte.
No hay que perder concentración en lo más importante. Pero es necesario cuestionar por qué el legislador manipula una lista de ideologías, a saber, imperialismo, fascismo, colonialismo y neocolonialismo, merecedoras de condenar y a cuyos enemigos conceder asilo, haciendo excepción del estalinismo.
Habría que indagar el sentido de proponer que corresponde a la Asamblea Nacional revocar los decretos, leyes y acuerdos del Consejo de Estado si ambas tienen los mismos Presidentes, Vicepresidentes y Secretarios. Ya sé que para ellos la separación de los poderes del estado "de derecho" les tiene sin cuidado.
Quiero ser optimista y analizar el artículo donde se deja también a los ciudadanos la iniciativa de las leyes; dizque se requiere el ejercicio de al menos diez mil electores. Al menos sé que no puede ser un Proyecto ni llamarse Varela. Lo de la promoción de reformas a la Constitución es un poco más difícil. ¿Cómo podrían coincidir cincuenta mil ciudadanos en una petición de reforma, suscribirla ante el Consejo Electoral Nacional y dirigirla a la Asamblea Nacional sin hacer una convocatoria? Sí, ya estoy enterado de que se reconocen por el Estado los derechos de reunión, manifestación y asociación, pero no sabemos qué interpretación le darán al "acatamiento a las preceptivas establecidas en la ley."
Ya empezamos mal, pues "acatar" en castellano significa "tributar homenaje de sumisión y respeto y aceptar con sumisión una autoridad, orden o normas legales."