Si los españoles deploran, y en mi sentir
con razón, el triunfo de los Estados Unidos en México, que ya no les pertenece
¿cómo podrían unirse a los que vienen a despojarlos de una propiedad que tanto
estiman? No hay pues que contar con su apoyo ni siquiera con su neutralidad; y
tengamos por cierto que, en cualquier tentativa armada por la anexión, los encontraremos
en el campo enemigo. Pero yo he supuesto lo que no es. He supuesto que todos
los cubanos desean y están dispuestos a pelear por la incorporación. Es muy
fácil que los hombres se engañen tomando por opinión general la que sólo es del círculo en que se
mueven; y yo creo que en este error incurrirían los que imaginasen que los
cubanos piensan hoy de un mismo modo en punto a la anexión. En la Habana, Matanzas y otras ciudades marítimas, bien podrán existir
en ciertas clases tales o cuales ideas; pero si consultamos el parecer de la
población esparcida en otras partes conoceremos que todavía no ha penetrado en
ella tanta
filosofía. Si el país al que hubiésemos de agregarnos fuese del
mismo origen que el nuestro, México, por ejemplo, suponiendo que este pueblo
desventurado pudiese darnos la protección de que él mismo carece, entonces, por
un impulso instintivo y tan rápido como el
fluido eléctrico, los cubanos todos volverían los ojos a las regiones de Anahuac . Pero cuando se trata de una nación extranjera, y
más extranjera que otras para la raza española, extraño fenómeno sería que la
gente cubana en masa, rompiendo de un golpe con sus antiguas tradiciones, con
la fuerza de sus hábitos y con el imperio de su religión y de su lengua, se
arrojase a los brazos de la confederación norteamericana. Este fenómeno sólo
podrá suceder, si, persistiendo el gobierno metropolitano en su conducta
tiránica contra Cuba, los hijos de esta Antilla se ven forzados a buscar en
otra parte la justicia y la libertad, que tan obstinadamente se les niega. Hasta
en las ciudades de la isla donde más difundida pudiese estar la idea de la
anexión, mirarían esta con repugnancia los que viven y medran contentos a la
sombra de las instituciones actuales; los que, obligados a pasar por el nivel
de la igualdad americana, perderían el rango que hoy ocupan en la jerarquía
social; y si a ellos se junta el número de los indolentes, de los pacíficos y
de los tímidos, resultará que el partido de la anexión no será muy formidable.¿Y
esta fracción, que seguramente encontraría al frente suyo a otra más poderosa;
esta fracción es la que podría salir vencedora en empresa tan arriesgada?
Admitamos por un momento que ella llegase a triunfar. Se seguiría de aquí que,
habiendo sido los cubanos bastante fuertes para sacudir por sí solos la
dominación española, deberían constituirse en estado independiente, sin
agregarse a ningún país de la Tierra. Así pensarían unos, pero otros estarían
por la anexión; y esta divergencia de pareceres en punto tan esencial, enconaría
las pasiones de los partidos y podría ocasionar grandes conflictos. Mas,
concédase que todos los cubanos caminan de acuerdo y piden a una la anexión;
todavía quedan pendientes otras dificultades muy graves. En la confederación
americana, los estados del Norte, justamente alarmados de la preponderancia que
van adquiriendo los del Sur, están resueltos a combatir la agregación a la
república de nuevos estados de esclavos; y la reciente determinación que se
acaba de tomar, prohibiendo la esclavitud en el Oregon, es un anuncio de los
obstáculos que encontraría la incorporación de Cuba, pues no hay duda que con
ella se rompería de una vez el equilibrio entre el Septentrión y el Mediodía.
Encarnizada sería la contienda entre
partidos tan opuestos; y si cuando la cuestión se presentase no estuviese
reunido el cuerpo legislativo americano, único juez competente para decidirla,
sería menester aguardar a que de nuevo se juntase, quedando Cuba entretanto
entregada a la más terrible incertidumbre y expuesta a los embates de los
elementos internos y externos que podrían conjurarse contra ella.
Reflexionemos, por otra parte, que la incorporación de Cuba en los Estados Unidos turbaría
necesariamente las relaciones pacíficas entre ellos y España. Sabido es que
allí hay un partido de la guerra, de la funesta escuela de Jackson; pero también
hay otro, muy numeroso y muy respetable, de la paz y la lucha que se trabase
entre los dos, bien podría conmover hasta los fundamentos de la república. No
es, pues, tan fácil como se cree, aun suponiendo
a Cuba
triunfante, su agregación á los Estados Unidos. ¿Pretendemos, acaso, parodiar
la anexión de Texas ?
Pero el caso es absolutamente desigual. Cuando Texas se alzó contra México, su
población se componía de norteamericanos; no había potencias interesadas en
agitarlo; carecía de negros y de esclavos y su independencia, no solo fue
reconocida por los Estados Unidos, sino por Inglaterra y otras naciones.
¿Serían estas las circunstancias de Cuba, que para echarse en los brazos de la
república americana, escoge el momento crítico de hacer su insurrección, sin
aguardar a constituirse en gobierno independiente, ni a ser reconocida por
otras potencias? Y si resultase, lo que nadie puede tener por imposible; si
resultase que los Estados Unidos no quisiesen recibirnos como
miembros de su gran familia, ¿qué sería entonces de Cuba cuando, en el concepto de los
mismos anexionistas, ella no puede existir por sí sola? Forzosa consecuencia
sería, o tender de nuevo el cuello al yugo español, o condenar la isla a una
ruina inevitable.
Pero te engañas, me dirán; los Estados
Unidos nos protegen y con su auxilio triunfaremos. La nueva fórmula con que
ahora se presenta la cuestión, lejos de inspirarme confianza , aumenta mis temores.
Si los auxilios son morales, se reducirán a buenos deseos, a vagos ofrecimientos,
y a palabras pomposas que, alucinando a muchos, no salvarán a nadie en la hora
del peligro. ¿Serán físicos los auxilios, únicos que pudieran ser eficaces en
nuestra angustiada situación? Mas ¿quién los da; será aquel pueblo; será su
gobierno? En los hábitos utilitarios y espíritu positivo de aquella república,
no es probable que ella arriesgue su dinero en empresa tan aventurada. Me
atrevo a asegurar que mientras sean cubanos los que dieren la cara, quedándose
al paño los norteamericanos, toda su protección consistirá en la tolerancia de
ciertos actos que, aunque reprobados por el derecho de gentes, no comprometan la paz entre ellos y
España. Yo quisiera infundir mis ideas a todos mis compatricios; quisiera que
desconfiasen de todas las promesas, aunque saliesen de la boca del mismo
Presidente; y quisiera que ninguno se prestase incautamente, a pesar de la
mejor intención, a ser juguete de planes e intrigas, que si se frustran, solo
perjudicarán a Cuba y a sus hijos; y si se realizan, aprovecharán a los que nada pierden ni arriesgan. A ser yo
conspirador por la anexión, exigiría al gobierno de los Estados Unidos que, si
realmente la desea, ya que Cuba por sí sola no puede conseguirla, empezase por
preparar una escuadra y un ejército de veinte y cinco o treinta mil hombres y
que el primer acto de su declaración de guerra contra España, fuese la invasión
de Cuba. Este golpe atrevido, aunque en mi concepto arruinaría la isla, tendría
al menos el mérito de la franqueza y del
valor.
Esta invasión es la suposición más
favorable que puedo hacer para el triunfo de las ideas anexionistas. Pero
¿cuáles serían las consecuencias? Mucho se engañan los que piensan que el
gobierno español se dejaría arrebatar la importantísima isla de Cuba
sin una defensa desesperada. Mal calculan los que se fundan en la debilidad de
España. Débil es acá en Europa en una guerra ofensiva; débil allá en América
para reconquistar las posesiones que ha perdido; pero en Cuba es fuerte, y muy fuerte para
arruinar a los cubanos y su fuerza principal estriba en los heterogéneos y
peligrosos elementos de su población. ¿Por ventura está el gobierno de Cuba tan
destituido de recursos que, dueño como es de toda ella, no pueda resistir por
algún tiempo a los invasores; no cuenta con un ejército respetable y fiel a
toda prueba, ya que todo se compone de españoles europeos; no armaría a miles a
los peninsulares residentes en aquella isla y que, sin familia cubana que los
ligue, servirían gustosos en la causa de la madre patria? Y, prolongada la
lucha, no meses sino solo semanas, ¿qué brazo poderoso podrá impedir la
destrucción de Cuba ...
para los cubanos? Empeñada la guerra, cualquiera de los dos partidos que
flaquease, y sobre todo el español ¿no llamaría en su auxilio a nuestro más
formidable enemigo; no lanzaría el grito mágico de libertad, reforzando sus
legiones con nuestros propios esclavos? Y cuando esto sucediese, que
infaliblemente sucedería ¿dónde está la ventura
que encontrarían los cubanos, peleando por la anexión? Aun cuando ninguno de
los partidos beligerantes llamase en su socorro auxiliares tan peligrosos,
ellos no permanecerían tranquilos. Si hoy lo están, en medio de la ardiente
atmósfera que respiran, debido es a la unión saludable en que viven todos los
blancos; pero el día en que el trueno del cañón
los separe, ese día podrán renovarse en Cuba
los horrores de Santo Domingo .
Se moverán allí los africanos por la fuerza de sus instintos; se moverán por
los ejemplos que les ofrecen las Antillas extranjeras; se moverán por el
fanatismo de las sectas abolicionistas, que no dejarán escapar la preciosa
coyuntura que entonces se les presenta para consumar sus planes; se moverán, en
fin, por los resortes de la política extranjera, que sabrá aprovecharse
diestramente de nuestros errores y disensiones.
Bulle en muchas cabezas norteamericanas
el pensamiento de apoderarse de todas las regiones septentrionales de América,
hasta el istmo de Panamá. La invasión de Cuba
por los Estados Unidos descubriría en ellos una ambición tan desenfrenada, que
alarmaría a las naciones poseedoras de colonias en aquella parte del mundo. Yo no sé si
todas ellas, sintiéndose amenazadas, harían causa común con España; pero
Inglaterra, que es cabalmente la que más tiene que perder, miraría como una
fatalidad que Cuba cayese, en todo su vigor y lozanía, bajo el poder de los
Estados Unidos.
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