Nadie me negará que es muy posible una
guerra entre los Estados Unidos y la Gran Bretaña, y muy posible la hace la
política belicosa de un partido que desea expulsarla del septentrión de la América. Crece esta
posibilidad, si en las próximas elecciones para la presidencia de la república
llega a subir al poder el general Cass. En estas circunstancias, ¿cuál sería la
suerte de Cuba
si, incorporada en los Estados Unidos, se rompiesen las hostilidades entre las
dos potencias? Dominando Inglaterra los mares con sus escuadras formidables,
bloquearía nuestros puertos; impediría los socorros que pudiera darnos la
confederación; nuestros frutos no podrían exportarse y, para colmo de
infortunio, echaría sobre nuestras costas un ejército de negros, más temibles
por sus simpatías y sus ideas que por sus bayonetas y cañones. Cuba pues, perecería, y perecería asida a la
bandera que habría enarbolado como
símbolo de salvación.
Pero ni salvación muy segura me parece
que habría para la conservación de la esclavitud, aun en medio de la paz . No negaré que la
agricultura cubana tomaría, con la anexión, un vuelo prodigioso; pero este
vuelo sería debido en mucha parte a los esclavos procedentes de los criaderos
americanos; y lo que tan ventajoso fuera para la prosperidad material de Cuba,
complicaría su posición política y social. La raya que separa los estados del
Norte de los del Sur , va ahondándose cada día. La cuestión de la
esclavitud se está debatiendo hoy en ellos con más vehemencia que nunca y la
fogosa polémica de la prensa, sostenida por oradores entusiastas en las juntas
públicas que se celebran, hacen ya palpitar las entrañas de la república. Si Cuba formase
hoy parte de ella, estaría incomparablemente más inquieta que al presente, y hasta
quizás se vería obligada a tomar violentas precauciones para impedir que en
ella cundiese el contagio de la propaganda. Acaso no dista mucho el día en que
los estados del Norte fulminen su anatema contra las regiones del Sur: su
separación será entonces inevitable y Cuba , arrastrada por la necesidad
de conservar sus esclavos, seguiría la suerte de la nueva nación que al Sur se
formará. Entrando en ella, no solo echará de menos en su nueva alianza todo
aquel grado de fuerza y protección que fue a buscar en los brazos de la
disuelta confederación, sino que quedaría reunida a la parte de ella menos
civilizada, menos industriosa, y por desgracia compuesta de distintas razas,
tanto más antipáticas, cuanto una de ellas es blanca y dominadora y otra negra
y esclava.
Los pueblos de la antigüedad pudieron
vivir muchos siglos, rodeados de la esclavitud; pero las modernas sociedades de
América, que llevan en su seno esta gangrena, estando constituidas sobre bases
muy diferentes, preciso es que sufran las consecuencias de su viciosa organización,
o que se atemperen a los principios dominantes de nuestra edad. ¿Y me
permitirán mis compatricios que les hable aquí con toda franqueza; se
indignarán contra mí, lo mismo que en años pasados, cuando hablé sobre los
peligros del comercio de esclavos; las lecciones de la experiencia, no los
habrán hecho más tolerantes y previsores; conjurarán la tempestad, apartando la
vista de la nube o enmudeciendo a su aspecto? No se me tache pues, de
abolicionista, porque no lo soy: yo no soy más que un mensajero del tiempo, un mensajero pacífico del siglo XIX, que es el único
abolicionista. Las voces penetrantes que resuenan en Europa y que
incesantemente atraviesan los mares; el clamor continuo que baja del
septentrión de la América y los ejemplos irresistibles que ofrecen las Antillas
extranjeras y las repúblicas hispanoamericanas, anuncian a Cuba que su
verdadera salvación y estabilidad consiste, no en injertarse en un tronco
enfermo como el suyo, sino en arrojar el veneno que roe sus entrañas. Me dirán
algunos que pienso así porque no tengo esclavos; pero por lo mismo que no los
tengo, veo las cosas bajo un punto de vista más claro, pues ni me ciega el
interés, ni me alucinan falsas esperanzas.
No propondré una marcha precipitada, como la de los ingleses y
franceses, porque en nuestro estado, no solo es imposible, sino injusta,
impolítica y desastrosa. La ley publicada en Colombia, en 1824, ha sabido
conciliar, sin sacudimientos ni violencias, los grandes intereses que juegan en esta delicada cuestión; y
tomándola por base de nuestra reforma social, puede modificarse según las
circunstancias; y una de las modificaciones que yo haría, si alguna parte
tuviese en tan importante trabajo, sería la de dar otra patria a todos los
nuevos libertos, pues harto crecido es ya el número de los que hay en nuestro
suelo.
Llego a percibir que, al leer el párrafo
anterior, muchos dirán que estoy abogando indirectamente por la independencia,
pues, a no ser por los esclavos, hace mucho tiempo que los cubanos la habrían
proclamado. Así lo cree el gobierno, y por eso ha escogido como
piedra angular de su política en Cuba la esclavitud de los negros y
el tráfico de ellos, que tan criminalmente ha protegido. De aquí la repugnancia
a fomentar la población blanca y el empeño en introducir una nueva raza de Asia ó de América, para complicar más la situación. Este
error, no menos funesto a la colonia que a la metrópoli, nace de haber
identificado a Cuba con las
posesiones del continente de América, cuando
sus circunstancias son tan diversas; pues lo que fue en aquellas un suceso
inevitable, en Cuba ,
aun sin esclavos, es sobremanera difícil. Las colonias continentales de España
estaban asentadas en la vasta superficie que se extiende desde las Californias hasta la Patagonia, y desde las aguas del
Atlántico, hasta las playas del Pacífico; mas Cuba solo ocupa un espacio muy
pequeño en el mar de las Antillas. La
población de aquellas era muy superior en número a la de su metrópoli; mas la
de Cuba ,
aparte de ser muy escasa, está compuesta en mucha parte de peninsulares. Defendían
a aquellas de los ataques exteriores la inmensa distancia que las aparta de
Europa, la dificultad de sus comunicaciones internas, la espesura de sus
bosques y la fragosidad de sus montañas; mas Cuba dista menos de España, y
menos todavía por los prodigios del vapor, apenas entonces conocidos: es de
fácil acceso por todas sus costas y, en razón de su misma pequeñez, está
cortada de caminos en casi todas sus direcciones. Propagado en aquellas el
fuego de la insurrección, ¿cómo sujetar a un tiempo países tan inmensos y tan
lejanos? Si todo el gran poder de Inglaterra no habría podido someterlos, ¿sería
bastante para conseguirlo una nación empobrecida, sin ejércitos ni escuadras y
que acababa de salir, tan postrada, de la sangrienta lucha con el capitán del
siglo? Cuba sin embargo, por su corta extensión, tiene menos recursos para su
defensa, pues, estrechado por la naturaleza el círculo de sus maniobras
militares, puede el gobierno reconcentrar con ventaja en un solo punto todas
las fuerzas de la nación, y cargar con ellas sobre una débil Antilla, abierta
por todas partes a los golpes del enemigo.
Reflexione el gobierno que el mal que
teme es menos grave que el que pretende evitar; pues aun en el caso de que sus
temores pudieran realizarse en el largo transcurso de los tiempos, siempre le
quedaría en Cuba
una rama española y un buen mercado español. Reflexione que la raza africana es
tan irreconciliable con los europeos como
con los cubanos, y que si funesta puede ser para los unos, también puede serlo
para los otros. Reflexione que así como
él se apoya en los esclavos para evitar la independencia, otros pueden también
servirse de ellos para conseguirla. Reflexione que son un gran embarazo en sus
relaciones diplomáticas, y que si por desgracia tuviese que sostener una guerra
con alguna potencia marítima, los esclavos serían los enemigos más formidables
de Cuba. Reflexione que tarde o temprano llegará el día en que la esclavitud ha
de sufrir profundas modificaciones; y que si poco a poco no las va preparando,
podrá verse forzado a resolver de un golpe el problema, perdiendo entonces a Cuba
por los mismos medios con que intentó preservarla. Reflexione, en fin, que si
hay algún interés que pueda reunir los peninsulares a los cubanos para hacer la
independencia, este interés es la esclavitud.
Unos y otros están muy inquietos por el
temor de perderlos repentinamente. Sus temores crecen con los acontecimientos
que pasan a su alrededor; y como el vacilante estado de la política de España
no les inspira confianza, no sería extraño que, en un momento de conflicto,
entendiéndose cubanos y europeos por la comunidad de intereses y peligros, o se
declarasen independientes, o se pusiesen bajo el amparo de algún pueblo vecino.
Así, vendría a suceder que la misma esclavitud en que el gobierno español se
apoya para dominar a Cuba ,
fuese el instrumento escogido por la Providencia para castigar su pecado.
Si aquella isla se pierde por un levantamiento
de los esclavos, o por una revolución anexionista, el gobierno español será el
único responsable de cuantas desgracias puedan acaecer. A mí no me consta si en
Cuba
ha habido conspiración o conspiradores en favor de la anexión: lo que sí me
consta es que reina en todos los cubanos un profundo descontento y un vehemente
deseo de salir de la esclavitud política en que se hallan. Y no me vengan a
citar en contra las serviles representaciones que allí se acaban de hacer,
ofreciendo al trono vidas y haciendas en prueba de fidelidad. En los países
despóticos, el pueblo no puede expresar su opinión, y en Cuba, donde no hay más
voz ni voluntad que la de los hombres que mandan, y donde las firmas son
arrancadas violentamente por el temor de la persecución, muy templada ha de ser
el alma del cubano, a quien, presentándole uno de esos documentos, vergüenza de
mi patria y de la historia, se resista a poner su nombre en ellos.
Por más que digan los parciales y
aduladores, la isla de Cuba
apenas es una sombra de lo que pudiera y debiera ser. Hasta la misma agricultura,
que tanto nos ponderan, pues en ella consiste su riqueza, ¿no está todavía en
su infancia, reducida a una esfera muy pequeña, y asentada exclusivamente sobre
el deleznable cimiento de la esclavitud? Pero, incluso suponiendo que estuviese
en el último grado de perfección, ¿piensa el gobierno que toda la felicidad de
los cubanos debe estar cifrada en vender azúcar, café y tabaco, en pasearse en
un carruaje por las tardes y en divertirse en bailes y teatros? Los pueblos, al
paso que adelantan en civilización, van adquiriendo nuevas necesidades, y los
que antes vivieran contentos con solos los goces físicos, ya hoy tienen
exigencias intelectuales, políticas y morales que satisfacer. La sabiduría de
un buen gobierno consiste en observar atentamente estos progresos sociales,
para poner en armonía con ellos las instituciones; pues resistir ciegamente,
permaneciendo en la inmovilidad, es provocar una revolución. Cuba se va acercando ya al punto
crítico en que la cultura de sus moradores y, lo que es más alarmante todavía,
la injusticia y los ultrajes que están sufriendo sus hijos, hacen imperiosa en
ella una reforma política. Americanos isleños y continentales, han sentido en
todos tiempos el cruel azote de su metrópoli; pero mientras esta no tenía
instituciones liberales, cabía en la apariencia la disculpa de que los
españoles corrían igual suerte en todas las Españas. Mas hoy ¿qué excusa podrá
alegar el gobierno en justificación de la bastarda política que sigue en Cuba ?
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