viernes, septiembre 21, 2018

Saco y la anexión (III)

Ella, pues, abierta o solapadamente, según creyera que mejor cumplía a los fines de su política, se mezclaría en la contienda y sus parciales en Cuba serían más numerosos que los de la república americana; pues esta, a lo más, solo contaría con los cubanos; mas aquella reuniría en torno suyo a los peninsulares, porque defendería los intereses de España, y a todos los individuos de raza africana, porque estos saben que ella hace a los esclavos libres, y a los libres ciudadanos, mientras los Estados Unidos mantienen a los suyos en dura esclavitud. ¿No proporcionaría recursos a España para  que continuase la guerra; no le permitiría que en Jamaica y en sus  otras islas vecinas reclutase soldados negros, que simpatizarían con los africanos de Cuba; y qué sería de esta infeliz Antilla, destrozada por la guerra civil y sometida a un tiempo a la perniciosa influencia de dos naciones rivales o enemigas? ¿Y triunfarían al cabo los Estados Unidos? Triunfen enhorabuena; pero su triunfo sería sobre las cenizas de la patria. Les quedaría el punto geográfico, pero sobre ese  punto se alzarían mas de seiscientos mil negros, bañados en la sangre  de sus señores y ofreciendo a los estados meridionales de aquella confederación un ejemplo terrible que imitar.
No hay país sobre la tierra donde un movimiento revolucionario sea más peligroso que en Cuba. En otras partes, siquiera con solo la probabilidad de triunfar, se pueden correr los azares de una revolución pues, por grandes que sean los padecimientos, siempre queda  el mismo pueblo; pero en Cuba, donde no hay otra alternativa que la  vida o la muerte, nunca debe intentarse una revolución sino cuando  su triunfo sea tan cierto como una demostración matemática. En nuestras actuales circunstancias, la revolución política va necesariamente acompañada de la revolución social y la revolución social es la ruina completa de la raza cubana. Sin duda que los oprimidos hijos de aquel suelo tienen muchos agravios que reclamar contra la tiranía metropolitana; pero por numerosos y graves que sean, los hombres previsores jamás deben provocar un levantamiento que, antes de mejorar nuestra condición, nos hundiría en las más espantosas calamidades. El patriotismo, el puro e ilustrado patriotismo, debe consistir en Cuba  no en desear imposibles, ni en precipitar al país en una revolución prematura, sino en sufrir con resignación y grandeza de ánimo los ultrajes de la fortuna, procurando siempre enderezar a buena parte los destinos de nuestra patria.
Ni en la presente situación de Cuba, ni en los extraordinarios acontecimientos que han perturbado a Europa en 1848, encuentro ningún motivo de los que se llaman vitales, que nos fuercen a buscar la anexión por medio de las armas. ¿Será que los cubanos consideran su suerte tan insoportable que, ciegos y desesperados, quieran entregarse a la venganza y a otras pasiones indignas de sus pechos generosos? Si tal hicieran, las consecuencias pesarían más sobre ellos que sobre los enemigos de quienes intentaran vengarse. ¿Se buscará la incorporación por temor de que España, en sus revueltas intestinas, mande libertar los esclavos? De las cinco razones que tengo para creer lo contrario, sólo apuntaré cuatro:
1ª.- Tal vez en el curso de los años España pensará lo mismo que Inglaterra, Francia y Dinamarca; pero hoy no está, ni en sus ideas ni en sus intereses, el abolir la esclavitud; y lo mismo piensan en cuanto a ella progresistas y moderados, que republicanos y absolutistas. Díganlo si no aquellos ingleses, que en sus correrías por Madrid, Barcelona y otras ciudades de la península, anduvieron regando la semilla abolicionista, y en todas partes se encontraron un terreno estéril é ingrato.
2ª.- De no haber sido por las continuas y enérgicas reclamaciones del gabinete inglés, todavía España estaría inundando á Cuba de esclavos africanos. En la cuestión negrera se observan dos períodos muy marcados: el de la supresión del tráfico y el de la emancipación. Aquel siempre precede a este; y si España apenas ha entrado en el primero, y eso a impulso de una fuerza exterior poderosa, ¿cómo se la podrá considerar tan adelantada, que ya esté en el último término del segundo?
3ª.- Pero aun cuando hubiese llegado a él, su propio interés le serviría de freno, pues ella conoce que la abolición en masa atacaría violentamente las propiedades de cubanos y europeos y que reuniéndose todos para defenderlas, no temerían declararse independientes.
4ª.- España sabe que los millones de pesos fuertes y los demás provechos y granjerías que saca anualmente de Cuba son producto del trabajo de los esclavos. ¿Cómo pues, en sus apuros pecuniarios cortará ella de un golpe el árbol frondoso que tan sazonados frutos le presenta?
¿Será la anexión para libertarnos de las tentativas de Inglaterra contra Cuba? En nuestra posición no debemos adormecernos con una vana confianza, ni tampoco exagerar los peligros. Cierto es que los hacendados de las Antillas británicas desearían que los de Cuba no fabricasen azúcar con más ventaja que ellos; cierto que el gobierno inglés se alegraría de que las ideas de su propaganda alcanzasen también a nuestra isla: ¿pero se infiere de aquí que él pretenda realizar sus deseos, apoderándose de Cuba ó destruyéndola? Nunca menos que ahora puede él emprender esta tremenda cruzada; y no lo digo con relación al estado en que se halla Europa; no lo digo porque el abatimiento en que han caído las Antillas británicas, a consecuencia de la emancipación repentina de sus esclavos ha entibiado algún tanto en Inglaterra el fervor de los abolicionistas y disminuido el número de sus prosélitos; lo digo, sí, porque esta nación sabe que, aun cuando España le vendiese a Cuba, los Estados Unidos se opondrían vigorosamente a que pasase a sus manos una isla, que no solo domina todas las aguas del golfo mexicano, sino parte de las costas orientales de aquella república. La esclavitud  misma de Cuba daría a Inglaterra algunos embarazos para su adquisición, porque en el acto que la poseyera, habría de proclamar la libertad, ora indemnizando a los amos el valor de los esclavos, ora sin indemnizarlos. Si no los indemniza, el descontento general de aquellos será tan grande que, considerándose arruinados, nada les impediría hacer una revolución que sería sumamente provechosa a los Estados Unidos. Si los indemniza, incluso a precios muy bajos, forzoso le será añadir al valor que pagaría por Cuba, la suma de muchos millones de pesos fuertes. ¿Y para qué tantos sacrificios? Para entrar inmediatamente en una guerra desastrosa con la confederación norteamericana. Tranquilicémonos, pues, y no temamos en vernos convertidos en súbditos ingleses. Nos ligan con la Gran Bretaña tratados solemnes sobre el tráfico de esclavos; cumplámoslos religiosamente y ella se abstendrá de ciertas aspiraciones que, llevando en sí el carácter de una intervención en nuestros asuntos domésticos, provocarían al punto la de los Estados Unidos. Estos, y no España; estos, no por nuestro bien, sino por su propio interés; estos son en nuestra situación actual el escudo más fuerte que nos cubre contra cualquier desleal tentativa del gobierno británico. Pero si nosotros, rompiendo imprudentemente este equilibrio conservador, llevamos a nuestro suelo el azote de la guerra, entonces aquel gabinete podrá realizar cuantas miras siniestras se le quieran suponer, ya que nosotros mismos le ofrecemos la ocasión mas favorable.
¿Harán los cubanos la anexión para libertar sus esclavos? Solo pensarlo es un delirio; y si lo pensasen por un trastorno completo de las leyes morales que rigen el corazón humano, no deberían empezar por encender en su patria una guerra asoladora, sino por ponerse de acuerdo con su metrópoli y ejecutar pacíficamente sus benéficas intenciones.
¿Será, al contrario, para reanimar el tráfico de esclavos, introduciéndolos, no de Africa, sino de los Estados Unidos? Esto, que a muchos parecerá un bien, yo lo tengo por un mal, como diré más adelante.
¿Será solo para mantener la esclavitud? Pero ¿quién trata de emancipar los esclavos? España no lo sueña y la Inglaterra ni tiene derecho para mezclarse en esta cuestión, que es peculiarmente nuestra, ni tampoco presenta una actitud amenazadora; y si la tomase encontraría las graves dificultades que acabo de manifestar. Es pues, evidente que haríamos la revolución por un temor imaginario. Y los que la hiciésemos, ¿cómo no advertimos que la guerra por la anexión sería el medio infalible de perder nuestros esclavos; y los conservaríamos, aun en el caso de reunirnos pacíficamente a la confederación americana? Acaso el porvenir no es tan brillante ni tan sólido como generalmente se cree, pues la incorporación no pone los esclavos de Cuba a cubierto de todas las eventualidades.


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